Ana Mendieta – El cuerpo del arte

Sección Espacio de Artista. Edición mayo 2000.

Pionera del body art (arte del cuerpo), del land art (intervenciones sobre la naturaleza) y una de las primeras militantes feministas, Ana Mendienta dejó con su obra, un legado que expresa el desarraigo de su exilio en Estados Unidos y la discriminación ejercida sobre los grupos discriminados en una carrera que terminó abruptamente con su violenta muerte a los 36 años.

El arte referido a la identidad del género sexual, el travestismo y las presiones sociales en la conformación de una familia burguesa tradicional es un tópico que irrumpió en la década del ‘90 con una fuerza arrolladora. La antes silenciada vida privada comenzó a hacerse un lugar en la esfera de lo público no sólo en las artes plásticas sino también en el cine y la literatura. Películas como “Mi mundo privado” o “La lección de piano”, entre muchas otras, tomaron el recorte de la subjetividad humana como la trama principal de una historia.

En ese marco, las minorías de todo tipo comenzaron a contar su propia versión del mundo, tomando la “diferencia” y la biografía  como una modalidad para mostrar que este universo está hecho a la medida de unos pocos, los ricos, blancos, famosos, heterosexuales y profesionales, dejando excluídos a una minoría que en realidad hoy pasó a ser parte de la gran mayoría. 

Las mujeres artistas se plantearon que “Lo personal es político” en una lucha que iniciaron en los años ´70 cuando en Estados Unidos se creó la agrupación liderada por Judy Chicago y Miriam Schapiro, dando lugar al nacimiento del Feminismo Militante. Esta lucha derivó 20 años más tarde en la creación de la WAC (Coalición de Artistas Mujeres) y grupos como el de las “Guerrilla Girls” (Mujeres Guerrilleras) denunciando la casi inexistencia de mujeres en las exposiciones de arte. El 25 de julio de 1992, todas las ramas del feminismo activista se reunieron en una multitudinaria manifestación frente al Museo Guggenheim del SOHO en Nueva York. Llevaban un cartel con la siguiente inscripción: “¿Cuántas mujeres tuvieron una exposición individual en los museos de Nueva York en el transcurso del último año?: Guggenheim: 0/ Metropolitan: 0/ Moderno: 1/ Whitney: 0. Eso se llama discriminación sexual”. Y también portaban como emblema la imagen de dos artistas: Frida Kahlo y Ana Mendieta, revalorizando la obra de ambas como pioneras del feminismo. Kahlo hoy ocupa un lugar indiscutido en el panorama artístico mundial, logrando superar la barrera de ser simplemente la esposa de Diego Rivera. 

El destino de Ana Mendieta fue más duro y solitario, a pesar de haber producido, en sus pocos años de vida, una obra fundacional en las corrientes del arte actual.

La cubana Ana Mendieta murió trágicamente a los 36 años, cuando en 1984 es “lanzada accidentalmente” por la ventana. Nunca se supo si se trató de un suicidio o si fue consecuencia de la violencia ejercida por el artista norteamericano Carl André, por entonces su pareja, con quien compartía un departamento en Nueva York. André fue sobreseído del caso y su muerte quedó como una huella lamentable y confusa que acrecentó el mito sobre su obra.  Este dato, que parece tomado de una crónica policial, cobra mayor dimensión al notar que toda la obra de esta mujer está ligada a su propia biografía , anticipando desde el inicio de su actividad artística su prematura muerte.

Siluetas de cuerpos sobre la tierra, marcas que delimitan cuerpos yacentes,  escenas de agresión y mutilación son algunas de las características que conforman su obra.

Nacida en La Habana en 1948, a los 12 años su padre decidió darla en adopción junto a su hermana Raquelín a una familia de los Estados Unidos. La crudeza de este desarraigo se acentuó con la discriminación cultural y sexual ejercida por la sociedad norteamericana de los años ‘60 sobre los grupos minoritarios.En el caso de Mendieta, una cubana en el exilio implicaba ser un ciudadano de segunda clase al negársele su pertenencia a la patria adoptiva. Sin embargo este hecho fue el elemento más determinante de su obra, marcada por sentimientos de exilio y pérdida.

La marginación se convirtió en su arma  aceptando la legitimidad de su herencia cultural y convirtiéndose en una defensora incondicional de la importancia de la identidad cultural como fuerza política. Mendieta cultivó esta marginación y esta resistencia en sus “Acciones” -Performances- y “Siluetas”(1972-1980).

Tomando leyendas y prácticas religiosas afro-cubanas la artista realizó sus performances, que son acciones de carácter ritual donde su propio cuerpo se convierte en objeto de sacrificio. Adoptando una postura activa dentro del movimiento feminista, cuestionó la diferencia de género sexual al asumir papeles masculinos para reflexionar sobre la arbitrariedad de la identidad femenino-masculina en la producción cultural. 

Esto puede notarse en  la acción denominada “Trasplante facial”, de la serie sobre las “Variaciones cosméticas”, de 1972, realizada en colaboración con Morty Sklar, uno de sus compañeros de estudios en la Universidad de Iowa. Ambos actuaban simultáneamente, él afeitándose la barba y ella pegándose ese  pelo  en la cara. La artista se refería a esta acción diciendo que: –“lo que hice fue transferir su barba a mi cara. Al decir transferir me refiero a tomar un objeto de un lugar y ponerlo en otro. Me gusta la idea de transferir pelo de una persona a otra porque creo que me da la fuerza de esa persona”.

Tomando elementos del lenguaje del llamado body-art o arte del cuerpo, en varias ocasiones usó su propio cuerpo desnudo como marco para alterar su identidad material como un juego creativo. Usó vidrios sobre su torso y sobre su cara, apretando la carne sobre el cristal y distorsionando su imagen. La marca de la deformación quedaba como una huella en el vidrio, y todo el proceso siempre se documentaba fotográficamente.

Como una manera de exteriorizar la violencia de la vida cotidiana en su exilio estadounidense, realizó obras sacrificiales, como aquella en la que sujeta a un pollo al que le acaban de cortar la cabeza y lo agita derramando la sangre sobre su cuerpo desnudo (1972). Rescató elementos de las culturas indígenas de América del Norte y del Sur, y especialmente de los indios taino en Cuba, que desaparecieron tras la colonización española.

Influenciada por la lectura de Lévi-Strauss, escribió el ensayo Acerca de la deculturación, en el que afirmaba que “de la misma forma en que el subconsciente acumula residuos de los instintos en el hombre, la civilización emerge como acumulación y uso de experiencia pasada, llevada a cabo de una forma más o menos intuitiva”.

En la serie de las “Siluetas”, la artista tomó materiales de la naturaleza, principalmente aquellos que tienen una carga mítica importante, como el agua, la tierra y la corteza de los árboles. Mendieta dejaba la impronta del cuerpo femenino en el paisaje, ampliando el horizonte de su lenguaje escultórico hacia los limites del land art, arte que procede interviniendo directamente sobre la naturaleza y cambiando la fisonomía del paisaje. Al hundir su cuerpo en la tierra, dejaba su figura marcada, entonces rellenaba el hueco con pólvora, y, en una acción de intensa poeticidad encendía la figura con fuego (“Volcán”, 1979). En otra de sus acciones realizadas en México, se recostó sobre una tumba zapoteca en El Yagul, cubriendo su cuerpo con pequeñas flores blancas como las que se llevan a los cementerios el Día de los Difuntos.

En esta suerte de esculturas mortuorias, la yuxtaposición del cuerpo juvenil sobre una antigua tumba, subraya la paradoja de la vida surgiendo de la muerte y el ciclo vital del renacimiento, que solamente  es posible a través del recuerdo siempre vivo de la memoria histórica y la identidad cultural.

POR LAURA BATKIS