Ariadna – Ariadna Pastorini

“Ariadna” de Ariadna Pastorini en Centro Cultural Borges, 2001.

“Vení probá”- me dice, y entonces me recuesto sobre el almohadón dorado, inclinada sobre una mesa. “Es arte utilitario”, agrega. Acepto el desafío y me empiezo a probar las obras. Unas mangas de fieltro con tachas, una cosa –no se me ocurre otra denominación- también de fieltro, celeste, con tiras. Me las voy colocando sobre el cuerpo y empiezo a sentir el calor, que al poco tiempo va dejando paso a leves escalofríos producidos por el metal. Miro las fotos del taller, un reducto desamparado de lo que alguna vez fue la Beca Kuitca. De lo que fue, como esas fotos en la pared. Documentos de los años ´90 que me parecen lejanos, de una década en la que participé activamente en el mundillo del arte, escribiendo catálogos y asistiendo a las muestras del Rojas. Y no puedo sacarme, aún hoy, la extraña sensación de que la fiesta terminó. Salgo de mi repentina nostalgia y empiezo a tocar las telas. La sensualidad de las texturas de peluche, la resistencia de la goma, la frialdad del vinilo. De pronto me encuentro hablando  con esta chica tan extraña, que circulaba por las muestras detrás de una cámara de video. Y aparece esta Ariadna de hoy, que dejó la inseguridad del hogar compartido para aventurarse en un viaje nuevo. Y conversamos sobre esos viajes, como hacemos las mujeres cuando nos juntamos a hablar sobre el amor. Me paro y revuelvo las obras, que van adquiriendo vida cuando alguien las toca, las cuelga o  las tira desprolijamente sobre el suelo. Ya empiezo a imaginarme esta muestra. Termina el encuentro y  me voy, atravesando niñitas delgadísimas que practican el pas de deux en el hall del estudio de Julio Bocca. Como Ariadna, que baila sola,  con su larga cabellera y esa mirada perversa y aniñada que me recuerda a las musas de los pintores simbolistas. Me voy sonriendo, diría que feliz, pensando que las telas y objetos que van a estar exhibidos en una sala del Borges me van a religar en una experiencia compartida para asistir al glamour irresistible del final de una época.

POR LAURA BATKIS