El dramatismo alemán en la muestra de Anselm Kiefer

26 de julio de 1998.

Por primera vez a la Argentina se expone la obra neoexpresionista alemán Anselm Kiefer. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial quedó claro que el mundo no sería salvado por la raza aria, y entonces fue tabú tardar de imponer cualquier rasgo de germanidad en el arte. Los mismos artistas plásticos alemanes de posguerra adoptaron el estilo internacional norteamericano para tratar de suprimir la propia herencia cultural. Los síntomas de una reacción en el arte alemán se mostraron más a fondo los años ‘80, con la irrupción de los Nuevos Salvajes. 

Anselm Kiefer (53) pertenece a este grupo de artistas neoexpresionista que, nacidos después de la Segunda Guerra, configuraron el panorama de la nueva pintura alemana. Para aproximarse a la obra del este artista, es oportuno citar un aforismo del filósofo Wittgenstein, quien en la Viena nazificada de principios de aquella guerra sentenció: “Lo que es bonito no puede ser bello”. 

Kiefer toma en sus obras la historia de su país, sin negar ni suprimir nada, recapitulando el pasado de su nación como parte de la tradición alemana, con referencia al nazismo y a la historia judía con la que está fatalmente ligada. Sus obras están llenas de edificios en ruinas con figuras humanas muy pequeñas y campos desiertos con tierra quemada, que transmiten un clima de una enorme soledad opresiva. 

En Los Caminos de la sabiduría universal, el artista dibuja un árbol genealógico con los retratos de los antepasados alemanes: desde Arminio, que en el siglo IX acabo con la ocupación de César Augusto, hasta los filósofos e intelectuales como Fichte, Rilke, Heidegger y muchos otros. 

Hasta el 20 de septiembre en la Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, La Boca.

POR LAURA BATKIS