Eric Martinet

Centro Cultural Ricardo Rojas (Buenos Aires). N° 183 mayo 2002.

Desde su creación, a fines de los 80, la galería de arte del Centro Cultural Ricardo Rojas sigue siendo un semillero de artistas emergentes que inician en los ámbitos de la Universidad de Buenos Aires sus primeros pasos. Este carácter marginal le otorga al espacio una espontaneidad muy característica, como un laboratorio experimental que va midiendo, como un sismógrafo, los ritmos del arte contemporáneo. 

Desde 1997 el curador del Rojas es Alfredo Londaibere. Al principio, tuvo la difícil tarea de suplantar a Gumier Maier, quien durante su permanencia en el cargo logró crear un sello tan propio que se llegó a hablar de un “estilo Rojas”, ligado a ciertas manifestaciones cercanas al kitsch. Ahora, Londaibere puede diferenciarse como un curador que apunta a privilegiar las producciones que están en el límite de lo considerado artístico. 

En la exposición que actualmente exhibe Eric Martinet (1971) impacta la intensidad visual de la imagen, con un colorido forzado hasta los límites de su máxima saturación. Martinet retoma los postulados de la neo abstracción ligada a artistas locales como Fabián Burgos y Pablo Siquier, y con la mira puesta en Vassarely y Josef Albers. Homenajes a cuadrados, círculos, verticales y horizontales forman parte de su diccionario de recursos técnicos. También su obra tiene reminiscencias de los wall paintings de Sol Lewitt, de quien Martinet fue asistente durante la última presentación del artista en la capital porteña.

Figuras que se cierran sobre otras figuras, círculos, rectángulos, octógonos y semicírculos, estructuran la trama de una geometría libre que toma elementos de logotipos, señalizaciones y una iconografía ligada al diseño gráfico. 

Los efectos ópticos de rojos, amarillos y verdes producen en el espectador una carga de intensidad visual que simulan el efecto del zapping y la velocidad de imágenes del videoclip.  En plena era de recursos tecnológicos, Martinet pinta con acrílico, cuidadosamente, la superficie de sus telas. De manera tal que logra producir una obra de apariencia digital pero que es netamente pictórica. La aproximación de la mirada del espectador permite incluso descubrir ciertas “desprolijidades” en las rectas o en los bordes de los círculos, donde se siente la mano del pincel que pinta, la huella del artista y su gesto. Un rastro de humanidad que el artista quiere fijar en su obra. Como una ironía frente a los movimientos que han intentado emparentarse a modalidades racionales de carácter científico. Hoy la enseñanza en escuelas de arte, está siendo reemplazada en la Argentina por la docencia sistemática en talleres de artistas. Martinet asiste desde hace seis años al taller de Sergio Bazán, un lugar donde se prioriza la enseñanza de la pintura sin desdeñar el soporte conceptual de la producción artística, y otro bunker, también marginal, dentro de la gran urbe capitalina, como los pequeños sitios de resistencia que van quedando en la ciudad.

Desde lo plástico como postulado estético, Martinet mezcla con absoluta libertad todo el acervo cultural de la historia de la abstracción y la no representación en el arte del siglo XX. Como una salida posible en el nuevo milenio, el artista insiste en asociar su producción a su condición de cocinero, reafirmando el postulado de Antonio Berni para quien el arte no se define por los ingredientes sino por el sentido con el que se los usa. 

Esos “ingredientes” vuelven a ser hoy los manuales, las revistas, las imágenes a través de reproducciones de las que se nutren los artistas de los países periféricos como la Argentina. Hoy, en medio de un país declarado en situación de emergencia nacional, la renuncia está a la orden del día. Renuncia de las autoridades gubernamentales, de los presidentes y vicepresidentes, como un preludio de aquel personaje del cuento de Melville, el escribiente Bartleby, que mediante su rotundo “preferiría no hacerlo” expresa el último estertor de un sistema de vida. En esta muestra se percibe el sentido de seguir creando a pesar de todo. De no renunciar, ni declamar, sino seguir. Pintando otra vez. Porque los enchufes no funcionan para armar una instalación, porque se cierra la importación, porque la vida cotidiana se transformó en una Odisea, entonces, una vez más hay que volver a empezar. Desde el dibujo o la pintura, o con los restos que quedaron de la fiesta menemista, sin importar el medio, los artistas, como Martinet, reinventan un lenguaje para que el lazo visual con el espectador pueda volver a ser el refugio de un lugar conocido. 

POR LAURA BATKIS