Frágil – Analía Zalazar

Prólogo Exposición Analía Zalazar en Galería Dacil., Buenos Aires, 14 de marzo al 5 de mayo de 2012.

“Creo que cada obra es un intento de retratar un instante, un momento en la vida. El blanco del fondo es el tiempo ilimitado y la mancha de color donde pueden verse es  una superposición de cosas, colores, texturas, situaciones que suceden simultáneamente. Es como un instante, un fragmento de tiempo que queda cristalizado. La laca que lo cubre quiere protegerlo, eternizarlo” A.Z.

Analía Zalazar comenzó su carrera en los ya míticos años 90. Cuando el Rojas era una fiesta y un grupo de artistas irrumpían en la escena del arte con stickers y  brillantina. 

En ese momento, su obra estaba ligada a la vertiente más decorativa de aquel movimiento, con círculos de colores, mucho dorado  y un exceso de ornamentación que citaba a Klimt y la vanguardia vienesa. Después vinieron sus trabajos con capas de veladuras de seda y la incursión en lo textil con Maison Trash. 

Y entonces un día se fue. Porque Analía es igual que su obra. No hay un plan premeditado de acción sino que ella acompaña lo que el destino le va proponiendo. La excusa fue el amor y los primeros seis meses terminaron por convertirse en un alejamiento de cinco años. Instalada en Los Angeles, la distancia le permitió desligarse del contexto local y su obra comenzó a adquirir la densidad mística de su producción actual. Al igual que el budismo que ella profesa, el arte es una actividad que le permite armonizar y comprender el mundo.  

Más allá de las fronteras de la palabra, del “logos” que articula el carácter esencialmente verbal de nuestra cultura, se encuentran otras modalidades de la realidad. En esa zona se ubican estos trabajos, donde hay ciertas acciones del espíritu enraizadas en el silencio. 

Son paisajes de un mudo resplandor, que se van construyendo de manera vital  como la naturaleza.  El ruido de sus inicios dejó lugar a esta pintura de ausencia, que la artista realiza mediante el dibujo de sombras de plantas que se proyectan sobre superficies de satin. Sobre lo azaroso de ese crecimiento orgánico, va completando la obra con colores, telas pegadas,  calcomanías,  como si un instante de vida fuera capturado en cada lugar de sus trabajos. 

Me dice que cuando pinta es completamente feliz. Y me imagino ese momento de absoluta concentración como una ceremonia que transmuta su aparente fragilidad en fortaleza. Sosteniendo la práctica como una invocación donde el arte sucede y todo se amalgama en un momento perfecto.

POR LAURA BATKIS