Gumier Maier

Galería Luisa Pedrouzo (Buenos Aires). N°184 junio de 2002.

Nuevos espacios y galerías se van abriendo en Buenos Aires. Tal es el caso de Luisa Pedrouzo, que se instaló en la Argentina en 1974 dejando atrás su Uruguay natal. Ya desde entonces se dedicó a la promoción y venta del arte nacional. A puertas cerradas primero, en una galería privada, y más recientemente, desde el año pasado, decidió comprometerse en un proyecto personal más ambicioso: la apertura de una galería a la calle, dedicada exclusivamente al arte argentino contemporáneo. El espacio está en la zona típica donde tradicionalmente se han instalado las galerías de arte, entre Retiro y la Plaza San Martín, a metros de la calle Florida.  

En esta oportunidad la muestra que presenta marca la vuelta al ruedo de Gumier Maier, luego de varios años dedicado a la actividad curatorial. Entre 1989 y 1996 dirigió la Galería de Arte del Centro Cultural Ricardo Rojas, organismo dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Su actividad en aquella institución fue inaugural, al albergar a artistas que no tenían espacio en las galerías tradicionales, creando así uno de los centros alternativos más paradigmáticos de la pasada década del 90. En aquel entonces los cánones hegemónicos del neoexpresionismo transvanguardista de los años 80 dejaban poco lugar para un grupo de jóvenes artistas que producían sus obras al margen de lo instituido, con una modalidad carente de solemnidad y plena de frescura. La “estética del Rojas” generó querellas de posturas maniqueas que defendían o combatían abiertamente esta nueva línea. Se acuñaron términos como arte “light” para referirse a la levedad de estas producciones, y otros más peyorativos como arte “rosa” y “guarango” para apuntar a estas producciones que se oponían al arte más denso y cargado de intencionalidad ideológica.

Repuesto de un doble duelo, Gumier decidió no dejarse aplastar por la abrupta crisis del país que estalló en diciembre del año pasado, cuando él comenzaba a planificar la muestra. Decidió juntar todos los retazos, las planchas de madera, los bocetos que habían quedado dispersos en su taller y así comenzó a trabajar. 

Al recorrer la muestra se intuye la presencia latente de Omar Schiliro (1962-1994), pudorosamente homenajeado bajo el “chi chi” del título de la exposición. Presencia que marca el aspecto festivo, que invita al espectador a dejar de lado todas las certezas para entregarse por completo a este juego de ensoñaciones que el artista nos propone. Las obras de pared están conformadas por planchas de madera, caladas y ensambladas que forman figuras que parecieran tener un movimiento propio, como dragones articulados, motivos que parecen ideogramas chinos, arabescos y todo un repertorio ornamental que proviene del canon barroco occidental, desde el manierismo al rococó, sin desdeñar ciertas reminiscencias del carácter gestual de los alfabetos orientales. El sincretismo estilístico de Gumier le permite con total libertad tomar rasgos de todo el acervo de la historia del arte conformando un lenguaje muy particular. El tono más minimal de la muestra está dado por los objetos de piso, que se alzan como estructuras primarias biomórficas. Como una curva que se transforma en un perro, o un módulo que de pronto adquiere la fisonomía de una glamorosa estrella de Hollywood. Las formas surgen de una intuición azarosa, que después el artista va ordenando. “Creo que la obra ya está hecha en algún lugar -aclara Gumier-, como una idea, y yo lo que hago es ir descubriendo qué es lo que necesita”. También apela a sus recuerdos infantiles, como los colores de los pasteles en la panadería de su abuelo, las tortas de chocolate y frambuesa y su devoción de niño por ciertos cómics como el pájaro loco. Los colores cubren las obras en una estricta geometría de tonos populares y muy locales, como la gama lila-amarillo-verde de la flora típica del campo argentino junto con el rosa de la goma de mascar, el celeste de los caramelos masticables o la estridencia de los envoltorios de papel de regalo. Colores que toma de la vida cotidiana, que observa y registra de carteles publicitarios y durante sus recorridos en su barrio por zapaterías, bazares, cafeterías y otros negocios populares. 

Muy alejado de propuestas políticas nominalistas, Gumier Maier se niega rotundamente a enfatizar el drama con un discurso que inhiba toda opción de creación. En medio del fango, rescata la belleza como un modo de decorar la realidad. Entonces, el arte se convierte en su obra en un disparador capaz de modificar, aunque sea un instante, la insoportable sordidez del entorno.

POR LAURA BATKIS