Intemperie – Alejandro Bonzo

Texto catálogo de la muestra “Fractus” de Alejandro Bonzo. Galería Jardín Oculto, Buenos Aires. 2 al 25 de junio de 2011.

En el mundo del arte hay un apostolado de la resistencia que se va conformando por los que sobreviven a las modas, el mercado, la juventud y la fama.  Cuando todo lo sólido se desvanece y la inmediatez es la marca del mundo de hoy, Alejandro Bonzo permanece en una actitud casi monacal repitiendo la liturgia demorada de la pintura de caballete.  Con la persistencia de una exquisita obsesión, realiza esta muestra “boutique” de pocas obras, en las que se siente la carga emocional del placer de pintar. Cada obra es como una pequeña joya que irradia un clima metafísico de extrañeza abismal. En ese punto me reencuentro con el  universo de Bonzo. Ese clima tan particular de soledad congelada que fue consolidando a lo largo de estos años hasta encontrar su imagen. Desde sus inicios se percibe una actitud de paulatino despojamiento. En su primera muestra del año 2000 había personajes raquíticos apretados en cuartos claustrofóbicos elaborados en el bunker Bonzo que Passollini describió en el catálogo como “su taller, especie de cuartel de invierno, fue el lugar de reclusión a la espera de nada y donde pasó todo”. Entendiendo por todo su amistad con Pablo Suárez que lo metió de lleno en esta batalla. El despojamiento fue simultáneo con una actitud de rescate nostálgico de la arquitectura urbana. En la muestra “Clausura” de 2004 tomó edificios paradigmáticos como el  hall del Centro Cultural San Martín, el cine Lorca y el Leopoldo Lugones. Mientras tanto su pintura se fue consolidando hasta crear el típico color saturado y brillante de sus trabajos, una mezcla de Gramajo Gutiérrez y chicle Bazooka, en una paleta remixada con reminiscencias del pop, Suárez, Pombo y Gumier Maier. En esta muestra Bonzo elude toda referencia al mundo externo para elaborar una imaginería fantástica. No hay personajes ni edificios. Son ruinas de una civilización extinguida después del Apocalipsis. Hay referencias al mundo onírico del surrealismo y la ciencia ficción. Seres inanimados de su mitología de los escombros como el hombre pájaro o la mujer unicornio. Paisajes artificiales con plantas metálicas y una atmósfera de hermetismo helado. 

Las estructuras que simbolizaban los ideales de una época quedaron al intemperie. “Mis propios dioses ya no están”, escribía Roberto Jacoby en una letra de Virus. 

Y miro esta muestra y me alegro. Porque vamos a inventar un mundo con dioses nuevos. 

POR LAURA BATKIS