La obra de un artista que nunca existió – Federico Klemm

30 de julio de 1998.

Klemm representa los tópicos más sintomáticos de la agonía del pensamiento en Occidente. Cada uno es libre de inventar la máscara que quiera: él optó por una imitación degradada de un Warhol subdesarrollado, copiando lo más superficial del norteamericano, como el peluquín platinado y los pantalones de cuero negro, pero sin el talento del ídolo pop. 

En un país con semejante ausencia de la política cultural, la colección privada de Klemm, abierta al público en su Fundación, es un acto de generosidad para que todos puedan apreciar lo mejor del arte contemporáneo. Pero lo que resulta dudoso es que en la misma Fundación haya una suerte de santuario donde se exhiben sus propias obras. Fotocollages con celebridades como Mirtha Legrand o Amalita Fortabat rodeadas por chicos musculosos que parecen salidos de un show nudista en el Golden o en Morocco. Sus motivaciones personales están ligadas al exhibicionismo y a la idea de protagonizar escenas con lo que serían objetos deseados: la fama, la belleza y el poder. Ninguna motivación es mala en sí misma, porque las ideas similares se han producido grandes obras como las pinturas de Dalí y Warhol y las sensuales figuras de los efebos del barroco de Caravaggio. El problema es el resultado. Y, en el caso de Klemm, es pobre, con un efecto que no pasa de ser una crónica patética de la farándula porteña. Pero él refleja un síntoma de la sociedad y pareciera que esto basta para que cierto sector de la crítica del arte hable de “apropiación” y “cita” de la iconografía religiosa. El gesto de este pretendido vanguardista muestra la hilacha cuando acepta circular por los jugos los caminos del oficialismo. En la nueva era del plagio se legitiman obras en las que ya no se reconoce la copia de la falsificación: las horas de Klemm carecen de validez estética pero reflejan la cara cultural de un país, un cambalache absurdo. Aunque parece que eso hoy a nadie le importa.

Algunos protagonistas del arte argentino opinan abiertamente sobre el fenómeno Klemm: 

Roberto Jacoby (artista y sociólogo): “Klemm puede ser considerado él mismo una obra de arte, no tanto lo que produce que es más bien una secreción de poco interés plástico. Respecto de la distinción, creo que el presidente lo reconoce como un igual, como parte de una fauna muy graciosa integrada por el soldado Chamamé y Sofovich.” 

Luis Benedit (artista plástico): “Su obra me interesa porque me transmite un mundo propio que es coherente con su personaje, inseparable de la pintura. El reconocimiento de Menem me parece una exageración.”

Guillermo Roux (artista plástico): “El arte de Klemm es coherente con lo que él es, un personaje de la sociedad de consumo, intrascendente. Su arte no me interesa, pero hay que entender que cada época tuvo su artista: Pericles tenía a Fidias, los Médici a Leonardo, el rey Carlos a Goya, y bueno Menem tiene a Klemm; es una descripción de la realidad.” 

Ennio Iommi (escultor): “La distinción es consecuencia de cómo anda la cultura argentina. Los valores están negados y otros son superficiales. La hora de Klemm me parece divertida, pero es una diversión triste y tal vez él quiera representar esa tristeza de la decadencia del arte argentino. No le encuentro valor estético.”

Natalio Povarche (marchand): “Todos tenemos derecho a la libertad. Klemm es libre de pintar lo que quiera y no hay que hacer una evaluación personal de quién le otorgó esta mención ni su beneficiario.” 

Luis Felipe Noé (artista plástico): “Me abstengo a opinar.”

POR LAURA BATKIS