Las fotos de Daniel Kiblisky – Un luchador que se convirtió en fotógrafo y viceversa

Prólogo de la muestra de Daniel Kiblisky en la galería Sonoridad Amarilla. Buenos Aires, 17 de julio de 2003

La muestra de fotografías que hoy presenta Daniel Kiblisky (1965) reúne todas las pasiones de este artista: la lucha, el deporte, la escalada y el arte. 

Empezó a luchar a los 8 años. Y así siguió el derrotero de su vida hasta la actualidad. No hay en su biografía nada de encuentros con artistas ni revelaciones sublimes, sino pragmatismo y constancia. Un pragmatismo que heredó de la militancia de su padre, un investigador talentoso y romántico, que lo acompañó a comprar su primer cámara fotográfica, mientras leía sin parar los ocho tomos de El Capital hasta que un día se quebró, como Bartleby, y prefirió mantenerse al margen de la vida.

Desde entonces, Kiblisky es y estuvo siempre solo. Empezó estudiando en la biblioteca del Instituto del Cine para aprender técnica fotográfica (1988), después pasó por el taller de Enrique Facio, cursó algunos seminarios de fotografía y en 1995 ingresó en la carrera de dirección de fotografía en cine en el Sindicato del cine. 

Mientras tanto, paseaba perros, entrenaba y sacaba fotos sociales en un club deportivo. Un día alguien le pidió fotos de una exposición de arte. Entonces cambió los retratos de gente por el resplandor mudo de las fotos de obras de arte. 

Su sorpresa cuando ingresó en este mundo del arte fue reveladora. Conoció este otro oficio, el del artista, que pasa horas en su taller frente a un artefacto que es a la vez un producto simbólico que ni siquiera sabe si tiene un valor comercial. 

El arte, como la lucha, tiene algo de ese entrenamiento solitario en un gimnasio. La hazaña de medir fuerzas y habilidades respecto de otra persona, que puede ser el espectador o el mismo artista. “Lo que más me gusta del deporte es la confrontación. Es un medio, no se trata de competir sino de entrenar”, dice Kiblisky, quien retrata esos gestos diarios que cada persona realiza en soledad para darle sentido a su vida. 

Se metió en los talleres de Nora Correas, Prior, Polesello, y Iommi entre muchos otros, para ver, bajo el pretexto del fotógrafo profesional, cómo es la vida de un artista. En ese circular y trabajar se convirtió en el fotógrafo más requerido del mundo del arte, en la persona indispensable en el momento de documentar el libro de un artista, un catálogo o una publicación.

Uno lo ve a Kiblisky cargando 3 luces de 1000 wats., trípodes, 40 metros de cable, elementos de fotometría, cámaras y trípodes en la mochila que lleva en su espalda y se imagina a un cazador completamente armado en busca de su presa. 

Estela Gismero Totah le dio la primera oportunidad de presentar sus trabajos en la muestra colectiva de 2001. Expuso entonces su autorretrato: los zapatos de escalar, las sogas, los ganchos y mosquetones con los que trepa hasta el infinito para obtener las fotos de sus sueños. 

Esas fotos son las que hoy presenta en esta muestra. Las que sacó durante largas caminatas y forzadas subidas durante 4 años de viajes por la Argentina. 

Empezó por su barrio. En plena era de discursos neoliberales y apertura de hipermercados, de pronto vio, ahí, en su propio territorio, a un verdulero vendiendo sus productos con una balanza romana. Fotografía color, toma directa, registro de un hecho inédito. Porque Kiblisky es también investigador. A su padre le fascinaba la vida de los murciélagos. Al hijo lo maravilla la vida de los hombres. 

Comenzó a pensar en los trabajos que provienen de una tradición heredada. Y sintió que esa noción de tiempo histórico tenía que ser documentada. 

Así empezaron sus viajes, como los de aquellos pintores viajeros, José del Pozo o los dibujos de Darwin, que dejaron la impronta de los primeros datos de nuestro país. En ese límite se ubica la obra de Kiblisky: entre el arte y el documento.

Cada oficio está acompañado por su entorno. El alfarero de Salta, que repite el mismo acto que su bisabuelo, y la grandeza de los Valles Calchaquíes de cuyas laderas toma la arcilla para realizar sus vasijas. Otro hombre que camina durante el verano mendocino recogiendo leña para vender durante el invierno en el dique Nihuil. La helada soledad de la casa del refugiero del cerro Tronador, al borde de la sublime inmensidad de un precipicio blanco.

Pareciera que el oficio y el paisaje determinan la identidad de las personas. Ese acto repetido de manera ancestral es una cadena genética en la que el hombre es montaña, dueño y señor de su territorio.

Y finalmente, las tres fotos del paisaje solamente paisaje del sendero al Aconcagua. Sin gente, solamente el camino de alguien que tuvo que atravesar la naturaleza para capturar estas imágenes cuya belleza no tiene matriz lingüística para ser ni descriptas ni expresadas.

Solamente pueden ser vistas a partir de estas fotos en las que se puede reconocer otro oficio, el de Daniel Kiblisky: fotógrafo. 

POR LAURA BATKIS