Marcos López – Latinoamérica (La mirada oblicua)

Octubre 2005. Nº 217.

Las fotografías de Marcos López tienen la particularidad de ser como radiografías de época.  No registran el instante, sino que recrean la sensación del mundo en el que vivimos. El lenguaje visual no denota lo que designa, sino que desplaza el sentido en la manera de asociar elementos que parecieran no tener ninguna relación entre sí. 

La extrañeza de sus fotos reside justamente en esa ambigüedad. Tienen un atractivo inquietante que hace que el espectador no pueda dejar de mirarlas. Lo extraño en sus obras está ligado a lo absurdo de situaciones que, sin embargo, siempre remiten a la percepción de algo vivido, visto o soñado -vivido en la publicidad, visto en la realidad, soñado en la historia-. A esta manera de juntar cosas de mundos muy diferentes, el artista la denominó Sub-realismo criollo. López explica claramente en el “Manifiesto” de esta serie: “Sub-realismo criollo es igual a surrealismo autodidacta, igual que usar la palabra expresionismo en el sentido de la necesidad de expresar fuertemente algo. Obviedad. Adolescencia. Deseo y represión. Culpa. El resentimiento que provocan los amores no correspondidos”. 

Marcos López nació en la provincia de Santa Fe, Argentina, en 1958. En 1982 viajó por Latinoamérica, recorriendo Bolivia y Perú. Se trasladó a Cuba en 1986, integrando el primer grupo de becarios extranjeros en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Baños. Tras establecer su domicilio en Buenos Aires, continuó viajando por Brasil y por toda la Argentina, registrando el “tono local” de este país. Este año 2005, fue seleccionado como “Artista internacional invitado de honor” por la Feria internacional de Arte contemporáneo de Caracas (FIA). La obra Asado en Mendiolaza, un asado criollo celebrado entre amigos que recrea la última cena, fue adquirida el año pasado para integrar las colecciones permanentes del Museo Reina Sofía de Madrid, y del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León el (MUSAC). En Nueva York, el Museo del Barrio, adquirió también obras recientes de López para su colección permanente. 

En sus primeras fotografías en blanco y negro de este artista, la nostalgia invade cada rincón de las tomas, que muestran a su familia en Santa Fe y sus amigos en Buenos Aires, aquellos que con una pasión desbordada marcaron el latir de una década plena de creatividad inaugural por la euforia de la recién llegada democracia. Liliana Maresca, Marcia Schvartz y Daniel Riga posan de manera estática y frontal a la cámara. Todos los detalles son minuciosamente seleccionados por el artista: el sillón, el empapelado recargado de la pared del fondo, el antifaz en la foto de su madre, las flores que envuelven a Elba Bairon y el peluche que viste a Guadalupe Fernández, enfatizando esa sensación de frescura, inocencia y niñez de la artista. No hay azar ni rapidez, ni velocidad. La mirada “diferida” será una constante en toda su producción. López medita y elabora. Construye la imagen mucho antes de la toma; la “produce” como si fuera un proyecto publicitario o cinematográfico. Su recorrido es pausado y eficaz. Absolutamente todo está concebido cuidadosamente, incluyendo, claro, la iluminación artificial de sus tomas. Ese detenimiento es poesía, apunte, reflexión, documento y guión técnico. 

En los años noventa, López comenzó a utilizar película a color. Como la de muchos artistas en aquella década, su estética fue atravesada por la retórica de la parodia, que en la Argentina tiene una larga tradición en la cultura cómica popular. Esta vertiente ligada a la burla y la sátira se encuentra en Florencio Molina Campos, Antonio Berni, Marcia Schvartz, Pablo Suárez y toda una corriente de artistas que en la década pasada usaron elementos del subgusto popular. Así fue como usando el lenguaje del kitsch y el camp, ironizaron sobre la belleza fácil del producto bonito, insertando la cursilería como un canon estético. Los representantes más interesantes de este “canon” expusieron en la Galería de Arte del Centro Cultural Ricardo Rojas -organismo dependiente de la Universidad de Buenos Aires-, cuando éste estuvo bajo la dirección curatorial de Jorge Gumier Maier, entre 1989 y 1996. La “estética del Rojas” generó querellas basadas en posturas maniqueas que defendían o combatían abiertamente esta nueva línea. Se acuñaron términos como “arte light” para referirse a la “levedad” de estas producciones, y otros más peyorativos como “arte rosa” (maricón, gay) y “guarango” (Pierre Restany). El rasgo más definitorio de esta corriente es la poetización de lo banal como postura, lo que subyace en los trabajos de Omar Schiliro y Miguel Harte, entre otros, y en la serie color del Pop Latino (1993-2002) de Marcos López. Tal vez ningún otro artista haya transmitido con más fuerza que López la sensación festiva de cartón pintado que se vivió en la era “menemista”. Los colores en Pop Latino están sobresaturados. Las imágenes muestran, con una crudeza de alto impacto, el carnaval de la banalidad de una manera tan contundente como lo hiciera Jeff Koons en Banality (1988). Las poses de los personajes que nos muestra López se fueron tornando más complejas al incorporar escenas que utilizaban exteriores como decorado de fondo. En el Carnaval Criollo, una mujer con guantes de goma para lavar platos luce una máscara con la bandera norteamericana. La escena, en pleno centro de la capital porteña, tiene por detrás un enorme cartel publicitario de American Airlines con la estatua de la libertad y la frase “A New York sin escalas”.

En su “Manifiesto” sobre el Pop Latino, Marcos López afirma: “Tiene que ver con la tradición cultural de nuestros países que siempre trataron de pensar que lo que se hacía afuera era mejor. Yo copio el Pop Art, pero lo copio mal.” Los temas son populares y de carácter local: el fútbol, Gardel, Borges, las costumbres del interior del país, la carne, el asado, Eva Perón como una estampa de devoción, el mate, la escuela, y los símbolos patrios. En Plaza de Mayo, la maestra argentina promociona un producto de limpieza (Procenex) frente a la casa de gobierno. Todo se vende, todos sonríen con una mueca impostada como intentando creer eso que de por la paridad dólar-peso “estábamos en el primer mundo”, mientras se vislumbrara el derrumbe. El vendedor “trucho” (falso) es “El predicador de TV”, en un escenario atado con hilos, con frases de telgopor pintado que dicen “Salud, Dinero y Amor”. El “llame ya y compre con su tarjeta de crédito”, los viajes “all inclusive”, el “deme dos” y los “shopping centers” son protagonistas de esa serie, en la que el artista fue mostrando cómo la Argentina se convirtió en un no lugar más de la era de la globalización. El personaje “trucho” aparece en otras fotos, como en el Vendedor de terrenos virtuales y promocionando el Buzo para adelgazar. López ubica a sus modelos en primerísimos planos, a veces con máscaras, exacerbando el artificio que deja ver, en algunos casos, el recurso de la foto coloreada a mano. Transmite un clima que ridiculiza el travestismo, el doble discurso, de la oratoria del oficialismo. El artista aclara: “Es como buscar un nuevo folk donde estén los estereotipos de la patria redefinidos por un color que plasme el sentimiento de una Argentina del shopping center, de las cirugías plásticas pero con dos millones de desocupados. Un color muy fuerte y muy estridente pero, a la vez, muy berreta (vulgar)”. 

En sus trabajos recientes, Marcos López nutre sus imágenes con recursos pictóricos de la iconografía religiosa y citas de obras de la historia del arte y de la fotografía latinoamericana, algo que ya se insinuaba en su Asado en Mendiolaza.  Si primero fue el Pop, y luego el Surrealismo, ahora López asienta su discurso paródico en el Hiperrealismo. Experimenta con la puesta en escena, los grandes formatos, y la tecnología digital, mezclada con el acabado de coloreado a mano de las copias, lo que en algún punto las acerca a la pintura hiperrealista, corriendo el riesgo de transitar los bordes del lenguaje fotográfico. En San Sebastiana se muestra un personaje femenino, y las flechas son reemplazadas por las agujas que hilvanan el tejido que apenas tapa la figura. La Autopsia aúna La lección de Anatomía de Rembrandt con la emblemática foto del Che Guevara muerto en La Higuera, Bolivia, también en versión femenina. En Hospital, las figuras del enfermo y el enfermero son la misma persona, remitiendo a Las dos Fridas, de Frida Kahlo, y Tomando sol en la terraza es una recreación de La buena fama durmiendo, del mexicano Don Manuel Alvarez Bravo. 

En cada fotografía hay influencias, citas, y recursos de toda índole, provenientes del vertedero visual del mundo de hoy, como a una usina de producción para volver a inventar una imagen nueva. Al referirse a este aspecto de su obra, el artista admite: Acepto las influencias, las contradicciones del mercado del arte y trato de reciclarlas desde la periferia. La publicidad, el comic, el arte pop, la puesta teatral, la pintura, la fotografía documental directa, el humor, la tragedia, la posproducción digital, las citas históricas, la intuición y la reflexión conceptual sobre el medio y el lenguaje fotográfico, la credibilidad, son recursos que empleo a la hora de crear mi trabajo”. 

En estos trabajos recientes de López hay más serenidad, y una melancolía nueva, con la paleta baja de la Escuela de Barbizón y el tono amarronado del Río de La Plata. Las figuras siguen posando, pero han perdido todo rasgo de humanidad. Parecen muñecos articulados, con poses forzadas, nunca distendidas. Hay una fantasía con aparente inocencia que convierte a estas escenas en juguetes y modelos para armar. Un clima del film Charlie and the Chocolate Factory (Charlie y la fábrica de chocolate, 2005) de Tim Burton, pero con temática local. A propósito del cine, valdría la pena visitar la obra entera de Marcos López y confrontarla con aquello que se suele llamar “cine latinoamericano”. Quizás repararíamos en que aquel becario de la Escuela de Cine de San Antonio Baños se adelantó a sus contemporáneos construyendo guiones y poniendo en escena historias de aquí que sólo él sabe cómo contar. López toca ese punto en el que la comedia desemboca en tragedia sin histrionismo ni muertes dramáticas, con una mirada distanciada de los hechos que convierte a estas imágenes en recuerdos congelados. Logra una atmósfera de artificio que, desde su cualidad misma de irrealidad, provoca una extraña ternura sin apelar a ningún cliché de lo que generalmente se entiende por eso, por “ternura”. Sus recientes fotografías conforman una serie de extrema intensidad romántica versión siglo XXI, con protagonistas que son antihéroes, en actitud de replicantes solitarios, pidiendo desde esa lejanía postproducida seguir siendo observados. Intentando permanecer aunque sea un instante en la mirada del espectador antes de que active el zapping cultural para devorar otra imagen, otra muestra, otra Bienal y otra Documenta. 

En toda la producción de Marcos López, América Latina es un tema central. Sostiene el autor: Siempre tomo el estereotipo, el color local, lo autóctono, la obviedad, la reflexión sociopolítica llevada a la imagen y la sensación de apropiarme de América desde el sur, sin pedir permiso.” 

POR LAURA BATKIS