Megamuestra de arte norteamericano en el Whitney – Un siglo, MIL OBRAS

Buenos Aires, 8 de julio de 1999. N° 105.

American Century: Art & Culture 1900-2000: una gran autocelebración de Estados Unidos, bajo el signo del arte. Hasta febrero próximo en Nueva York.

Toda la ciudad de Nueva York está inundada por los afiches que promueven el evento: el cuadro de Jasper Johns con la bandera norteamericana –un ícono del arte pop de 1958- y una frase contundente: “Si se pierde esta muestra no se preocupe. Puede esperar hasta el siglo que viene”. Para celebrar el fin del milenio, Estados Unidos organizó una megaexposición que se está llevando a cabo en el Whitney Museum of American Art de Nueva York. Los cinco pisos del edificio ubicado en la avenida Madison están dedicados a la exposición American Century: Art & Culture 1900 – 2000 (El siglo norteamericano: arte y cultura 1900 – 2000). Se trata de más de 1.200 obras que abarcan un panorama exhaustivo de las manifestaciones culturales producidas en el ámbito de la pintura, escultura, fotografía, proyectos arquitectónicos, ilustraciones de libros, afiches publicitarios, arquitectura, diseño, música, danza y literatura de Estados Unidos. La envergadura de esta propuesta, obligó a los organizadores a dividir la muestra en dos ciclos cronológicos: Parte 1, 1900-1950, desde el 23 de abril hasta el 22 de agosto, y Parte 2: 1950-2000, que será inaugurada el 26 de septiembre y finalizará el 13 de febrero del próximo año. En el emprendimiento trabajaron dos curadores principales, Barbara Haskell y Lisa Phillips, junto con un equipo de sesenta investigadores especializados en cada rubro.   

Según Barbara Haskell, la idea es “explorar la manera en que los artistas contribuyeron a crear un sentido de lo nacional, examinando cómo se fue modificando el carácter de la identidad norteamericana a lo largo del siglo XX, a través del impacto de la inmigración, la tecnología y los medios masivos de comunicación en el arte y la cultura de cada década”. 

ARTE & MARKETING. La muestra se publicita según los modelos del espectáculo y el entretenimiento. El sponsor principal es Intel Corporation, una empresa de tecnología informática que instaló un sitio en Internet con toda la información documental y visual de la muestra. Este espacio está en la Web desde la fecha de inicio de la muestra hasta tres años después de concluida, de manera tal que se podrá visitar virtualmente la exposición todavía en el año 2003: es la primera experiencia en su tipo. Según los organizadores, “hay que trabajar pensando en el próximo milenio, que nos plantea nuevas formas de comunicación en una cultura visual interactiva. Se estima que en pocos años el mundo entero estará conectado a través de un billón de computadoras”. A esto se suma la edición de un catálogo en dos volúmenes, con textos de los curadores y 22 ensayos sobre temas específicos, cada uno ilustrado con 550 reproducciones a color.  

Desde que se abren las puertas del Museo, a las 11 de la mañana, una larga cola de gente se amontona para visitar la exposición, pagando una entrada de 12 dólares que es adquirida telefónicamente con dos semanas de anticipación. En Estados Unidos el arte puede convertirse en un evento masivo como un recital de rock o cualquier otro espectáculo. Y más aún cuando se trata de ver una muestra que refleja los valores y las características del “American way of life”.

El montaje es impecable y está ordenado según criterios temáticos y cronológicos: “Norteamérica en la era de la confianza (1900-1919)”; “La era del jazz (1920-1929)”; “Norteamérica en crisis (1930-1939) y “La posguerra norteamericana (1945-1950)”. Las columnas del edificio fueron utilizadas para colocar 35 monitores que pasan en forma continua secuencias de películas y films documentales de cada período. La exhibición se completa con la proyección de 200 films clasificados por género: horror, animación, comedia, musicales, cine de vanguardia y experimentación, cine negro y documentales de D.W. Griffith, George Loane Tucker, Charles Chaplin, Victor Flemming, Orson Welles, Fritz Lang, James Whale, Billy Wilder, Michael Curtiz y Walt Disney, entre muchos otros.

FÁBRICA DE ÍCONOS. La exposición es un claro ejemplo de la eficacia de un país que, en muy pocos años, generó una ideología estética que atraviesa el arte norteamericano con un sello distintivo y que, además, se encargó de exportar sus símbolos artísticos a todo el mundo, imponiéndolos como propios: Marilyn Monroe, Elvis Presley, la Coca-Cola y el dólar, sacralizados en las imágenes de Andy Warhol.  

En plena década del 20, cuando la meca del arte era París, la mecenas y coleccionista Gertrude Stein acuñó una frase lapidaria: “Cuando un país no tiene tradición cultural, lo que debe hacer es inventarla”. Y así comenzó un programa político con estrategias precisas para elaborar el modelo norteamericano. Con una posición dura y de ataque frontal, el francés Sergue Guilbaut sacudió el mundo del arte cuando en 1983 publicó el libro Cómo Nueva York robó la idea del Arte Moderno.

Guilbaut recopiló documentos y archivos del Estado de Washington y elaboró su tesis sobre las relaciones entre el arte, la política y la ideología durante la Guerra Fría. Se centró en el repentino surgimiento del expresionismo abstracto norteamericano como un plan organizado para inventar un movimiento nacional que marcara el inicio del “gran arte norteamericano”, un estilo que se expandió como un virus producido en un laboratorio. Con la persecución nazi de los artistas modernos europeos, Estados Unidos asiló a los pioneros del arte de vanguardia como Hans Hoffman, Willem de Kooning, Max Ernst, Marcel Duchamp y Walter Gropius, entre otros. La inmigración en masa de estos artistas tuvo una influencia radical en los jóvenes pintores norteamericanos que hoy son consagrados como los maestros del arte internacional contemporáneo.

La figura principal de este grupo es Jackson Pollock, quien al frente del expresionismo abstracto cobró inmediata notoriedad con sus cuadros chorreados (el dripping) y la llamada pintura de acción, técnicas tomadas directamente del surrealismo europeo. Todo un aparato crítico encabezado por Clement Greenberg avaló el surgimiento de la Escuela de Nueva York como el nuevo arte norteamericano. La temprana desaparición de Pollock a los 44 años, muerto en un accidente automovilístico causado por el alcohol, lo catapultó al Parnaso de los mitos nacionales. Una especie de James Dean de la pintura moderna: el gran negocio con la compra, en 30 mil dólares, de una obra del artista que acababa de fallecer. Las cifras empezaron a equipararse con las del mercado europeo, y el arte norteamericano recibió un absoluto apoyo oficial. 

El Museo de Arte Moderno de Nueva York compró Las Señoritas de Avignon, de Picasso, en 1939. Gran parte del arte confiscado por el nazismo entra en Estados Unidos, surgían los art dealers como Betty Parsons y Sam Kootz y se creaban numerosas galerías como An American Place, cuya directora, la coleccionista Peggy Guggenheim, exhibía las obras de Matisse y Miró junto con las nuevas producciones de la escuela norteamericana, como una manera de legitimar el arte nacional.

Las fisuras del modelo estadounidense se perciben en la exposición del Whitney: la sensación indiscutida de un arte impuesto categóricamente como “lo mejor del siglo XX”. Pero también se aprecia claramente esa identidad del arte norteamericano que los curadores quieren resaltar en obras notables que surgen hacia la década del 30, en la época de la gran depresión, tras la caída de la bolsa de Nueva York en 1929.

Por un lado, los llamados regionalistas intentan rescatar los valores tradicionales del campesinado revalorizando la austeridad moral de los trabajadores agrarios. Obras de Grant Wood como Gótico Americano (1930) se inscriben en esta línea. Se empieza a percibir un realismo distante y frío que va a caracterizar al arte norteamericano posterior. La exaltación de la industria como medio para surgir de la crisis se puede apreciar en los cuadros de los “precisionistas” como Charles Demuth y Charles Sheeler. 

Las obras de Edward Hopper traducen un clima metafísico de aislamiento y soledad urbana, que tendrá su paralelo en la literatura de Jack Kerouac y, más recientemente, en la de Raymond Carver y en la tradición cinematográfica del road movie. La temática social es otro de los puntos fuertes de la muestra, como en el cuadro de Ben Shahn, La pasión de Sacco y Vanzetti (1931)

La representación objetiva de figuras emblemáticas es un rasgo típico del arte pop de los años 60, como la bandera de Jasper Johns, los objetos de consumo y los íconos populares de Warhol, Roy Lichtenstein y Claes Oldenburg. 

A partir de entonces se globaliza una manifestación cultural generada bajo las condiciones capitalistas de la sociedad industrial y la “norteamericanización” del arte en todo el mundo occidental. Los medios de masas favorecen la internacionalización de la fisonomía del arte estadounidense: la objetividad pragmática de la imagen tomada del lenguaje eficaz de la publicidad gráfica, los métodos representativos impersonales, la ejecución de obras en forma seriada y su fabricación industrial, que impulsan el movimiento minimalista y las corrientes intelectuales. La estética de la sensibilidad expresiva deja paso al anonimato de los planteos teóricos del arte conceptual.

POR LAURA BATKIS desde Nueva York