Memoria, amor, sexo y humor en la obra de ocho artistas

Texto del catálogo de la exposición colectiva de Julián Picco, Pablo Peisino, Lucas Di Pascuale, Luli Chalub, Colectivo de arte Azul Phtalo: Soledad Sánchez Goldar, Nora Sara, Carolina Vergara y Soledad Simón, en el instituto Goethe. Provincia de Córdoba, Argentina, 2001

En esta exposición colectiva que hoy se presenta en el Instituto Goethe de Córdoba nos encontramos con la obra de ocho artistas que trabajan de manera diversa en sus recursos estilísticos. La memoria histórica es el tema que recorre la obra de Lucas Di Pascuale. El artista comenzó esta serie cuando en Buenos Aires se realizó el proyecto escultórico de Homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado. Entonces concibió la idea de reconstruir la vida cotidiana desde el lugar de los Hijos, como una manera de exorcizar la memoria ausente de los padres desaparecidos. Los cuadros están pintados con óleo muy diluido, con transparencias y veladuras, en algunos casos lijados para enfatizar la sensación de estampa vieja, como un registro de algo que ha sido deteriorado por el paso del tiempo. Por encima, un texto con plotter de corte pegado sobre acrílico marca el impacto gráfico de historias teñidas por la nostalgia. Sobre un rostro con las típicas patillas que se usaban en la década del ’70 se lee “Me contaron mis recuerdos”. 

Otros datos de la sociedad de esos años duros nos aluden al Mundial de Fútbol del ´78, las rapiñas de los secuestros en “Se robaron el sillón” y la tristeza infinita del desencuentro en “Los extraño hasta el universo” y “Me da vergüenza tu ausencia”.

La historia personal es abordada por Pablo Peisino y Héctor Chalub.

Con un tono de existencialismo metafísico, los dibujos de Peisino abordan los sentimientos básicos de la condición humana. Con una actitud confesional, crea imágenes oníricas de gran desolación y angustia. La muerte, el dolor de la pasión frustrada y la resignación frente al amor no correspondido, van armando la trama de sus autorretratos, como en “Cabeza de corazón” o la pintura que relata con un clima inquietante “La noche en que estuve a punto de morir”.

Héctor Chalub registra todo un mundo de fantasías sexuales de manera provocativa, muy ligado a las tendencias apocalípticas del arte actual. Utiliza la síntesis del graffiti callejero en sus pinturas de colores saturados hasta el límite de un expresionismo violento. Sexos cortados, cabezas vomitando y obsesiones masturbatorias van plagando toda una saga escatológica de aquello que culturalmente es prohibido, como en la serie de los “Pensamientos sucios y oscuros”. Con una ironía que roza el cinismo más crudo, investiga las relaciones humanas entre el hombre y la mujer, las represiones morales, el mandato de la religión impuesta y el lado oscuro del amor.

Las obras de Julián Picco invierten el principio tradicional de la fotografía como una técnica naturalista que imita la realidad. Sus fotos, tienen una cualidad pictórica notable. Como si fueran apropiaciones de cuadros impresionistas, aparecen abstracciones acuáticas, reflejos, manchas psicodélicas del pop art, y, en algunos casos, como en la serie “Para cerrar los ojos”, una cantidad de puntos que se asimilan a la visión en macro de células vistas a través de un microscopio.

Finalmente, el grupo multimedia Azul Phtalo, conformado por Soledad Sánchez Goldar, Nora Sara, Carolina Vergara y Soledad Simón se presenta en esta ocasión con la performance “Almorzando con Mirtha Legrand”. Con gran sentido del humor, las artistas invierten los contenidos tradicionales referidos a la comida, ridiculizando el ritual de los almuerzos, las cenas y otras ceremonias de carácter social. En una mesa muy baja con sillas muy altas, dos comensales colocan la mesa usando como fondo la música de un cronómetro. El almuerzo consiste en la entrega al público de fotos polaroids que reproducen comida. Ambientando la sala, una serie de estantes como cuadros contienen alimentos básicos: pollos, panes, cartones de leche y huevos. De este modo, la imposibilidad y el absurdo limitan la acción de comer del público, y, a su vez, cuestionan la pretendida sacralidad de los objetos artísticos.

POR LAURA BATKIS