Momentos de Juan Batlle Planas

AP Americana de Publicaciones. Buenos Aires, 1994

“Un cuadro no se proyecta ni se decide de antemano, al hacerse va cambiando a la par de nuestras ideas y cuando termina sigue cambiando según el estado de ánimo del que lo mira”. Juan Batlle Planas.

“He pintado y pinto como continuación de una ley fuerte y estoy siempre vigilante de lo que mi instinto me manda a través de sus mecanismos irracionales”. Con estas palabras puede definirse la característica principal de la obra de Batlle Planas, que proviene de una indagación profunda y continuada sobre los mecanismos inconscientes de la producción artística y una permanente búsqueda del momento primario de la creación, entendida ésta como la necesidad de una descarga energética que permite proyectar hacia fuera las dinámicas internas.

Juan Batlle Planas nace en Torroella de Montgri, Cataluña, España, el 3 de marzo de 1911. Llega a Buenos Aires con su familia en 1913 y se nacionaliza argentino. Su padre regresa a España al poco tiempo de haber arribado a la Argentina, por lo que el artista prácticamente no lo conoció. 

Varios años más tarde, cuando llegó una fotografía, su familia percibió con asombro que uno de los personajes reiteradamente pintado por Batlle era idéntico a ese padre ausente. 

En 1926 comienza a estudiar dibujo y grabado en metal en el taller de su tío José Planas Casas y de Pompeyo Audivert, y realiza sus primeros cursos en la Escuela Industrial. A los 17 años se produce un hecho fundamental en la vida del artista, que marcará de manera absoluta toda su producción ulterior: el encuentro con un maestro Zen. Nunca dirá el nombre del japonés que lo inicia, y se referirá a él como “el Maestro”. Amplía sus investigaciones con intensos estudios heterogéneos y diversos. Le interesa ante todo el problema de la energía central del ser, la alianza entre lo irracional y lo racional captado por la sensibilidad. 

Lee la obra de Wilhelm Reich, estudia la energía biológica, las doctrinas de la psicología de la forma, los conceptos Yoguis, las experiencias del Tibet y la parapsicología. Se relaciona con el esoterismo y busca con afán un origen, un punto de conexión con el Cosmos, con el Gran Todo. Por eso, desde un comienzo Batlle Planas adhiere al surrealismo. Este movimiento, fundado en 1924 en París por André Breton, y que nuclea a un importante grupo de pintores de distintas nacionalidades. – como Salvador Dalí y René Magritte, entre muchos otros-, proclamaba la liberación del inconsciente a través de la primacía otorgada al sueño, y la suspensión del control de la conciencia usando metodologías derivadas del automatismo psíquico. Hay que entender a esta tendencia como un estado de espíritu típico del hombre del siglo XX, del hombre que pretende vivir de forma auténtica, íntegra, dejando atrás la hipocresía y la doble moral del siglo anterior signado por el Iluminismo europeo.

Los surrealistas se oponían al arte convencional guiado por la lógica y el racionalismo que mutilaba la libertad y la imaginación del ser humano. Breton encontró en las revelaciones de Sigmund Freud sobre el inconsciente una posible guía para la liberación de la imaginación. Sin mucho respeto por los detalles del modo de los procesos mentales elaborados por Freud, explotó la idea de que existe una vasta reserva virgen de experiencia, pensamiento y deseo, escondida de la vida cotidiana y consciente. Así lo manifestaba el promotor del movimiento parisino: “Creo en la profunda resolución de los dos estados, aparentemente tan contradictorios, de sueño y realidad en una especie de realidad absoluta, de surrealidad”. En el primer Manifiesto de 1924, Breton definía al movimiento de esta manera: “El surrealismo está basado en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación hasta este momento ignoradas. Lleva a una destrucción permanente de todos los otros mecanismos psíquicos, sustituyéndolos, para solucionar los principales problemas de la vida”. Batlle explica de este modo su vínculo con esta corriente: “El surrealismo no es para mí un método, es un sistema. El arte nace de un estado de sublimación y ofrenda, y va directamente hacia el misterio. La pintura surrealista constituye el más variado conjunto de maneras y calidades que haya podido ofrecer el arte contemporáneo”. El surrealismo le suministra un fértil método de trabajo basado en el automatismo, lo que los teóricos llamaban el “real dictado del pensamiento”. “No son sueños ni fantasías lo que yo pinto. Son cosas bien concretas de mis sentimientos anímicos que toman apariencias de sueños. Todos tenemos dentro de nosotros mismos razones angustiosas que nos determinan contenidos agresivos. Yo trato de canalizar automáticamente en la obra esos contenidos, para que no se manifiesten en la vida. Para lograrlo, utilizó una técnica: la del automatismo”. Este consistía en tratar de concebir una imagen y dibujarla según los propios impulsos, tratando de evitar la mente crítica del sujeto y apartándose de un control racional.

Hacia 1930, Batlle realiza experiencias gráficas trazando sobre el papel líneas que, según sus palabras, “correspondían a impulsos generadores, que se producían al quebrarse las tensiones del ser”. También maneja directamente el óleo, que ha de alternar con la témpera a lo largo de su obra. En 1932 pinta una gran cantidad de óleos con figuras monumentales, que serán destruidos por el propio artista en los meses siguientes. El automatismo tiene similitud con el procedimiento de la asociación libre utilizado por Freud en el psicoanálisis. Su finalidad es abrir las pesadas compuertas de los inconsciente para permitir su expresión directa, sin las barreras de la razón, sin censuras.

Batlle traba amistad con el ambiente psicoanalítico porteño, especialmente con el doctor Enrique Pichon Rivière, quien será el que le muestre a Breton en París algunos trabajos del surrealista argentino. A Batlle le interesa, sobre todo, emplear la energía central del ser, dar razón de esa energía, establecer una alianza de lo misterioso profundo, “irracional” en apariencia, con los datos sensibles reconocibles del mundo cotidiano. De sus exploraciones surgen, en 1936, las “Radiografías Paranoicas”, extrañas imágenes de alucinación, fantasmagóricas, que muestran seres descarnados, calaveras, esqueletos con rasgos filiformes recortados con la apariencia de una placa radiográfica. El calificativo “paranoicas” proviene de una terminología usada por Salvador Dalí, para denominar a la “actividad crítica paranoica”, definida por el pintor español como “un método que consiste en explicar de forma espontánea el conocimiento irracional que nace de las asociaciones delirantes, dando una interpretación crítica del fenómeno. La lucidez crítica representa el papel de revelador fotográfico y no influye para nada en el desarrollo de la fuerza paranoica. Dado que la voluntad de sistematización está ligada a la expresión paranoica, de la cual forma parte integrante, se trata solamente de iluminar objetivamente el hecho instantáneo que surge del hecho paranoico y del choque de sistematización con la real. Este método descubre nuevas y objetivas significaciones en lo irracional; hace que el mundo del delirio pase de forma tangible al plano de la realidad.” Los fenómenos paranoicos son imágenes comunes que tienen una doble figuración, esto es, un objeto puede leerse como tal cual es y como otro objeto bastante diferente, y esto depende de los poderes de alucinación voluntaria del espectador. Batlle fija y nos hace visibles sus propias imágenes dobles y nos invita a leer en ellas lo que nos plazca, con absoluta libertad, que es una de las premisas básicas del surrealismo. En este sentido, recordemos nuevamente algunas frases del ya citado Manifiesto de Breton, escrito en plena crisis mundial durante el período de entreguerras: “Lo único que me exalta es la palabra libertad. La creo capaz de mantener indefinidamente el viejo fanatismo humano. Responde, sin lugar a dudas, a mi única aspiración legítima. Todavía vivimos bajo el reinado de la lógica, pero los procedimientos lógicos actuales se aplican únicamente a la solución de problemas de interés secundario.

Entre tantos infortunios que heredamos hay que reconocer que también nos han dejado la máxima libertad espiritual. Depende de nosotros no hacer de ella un uso equivocado. Reducir la imaginación a la esclavitud, significa alejarse de todo lo que, en lo más hondo de uno mismo, existe de justicia suprema. No ha de ser el miedo a la locura el que nos obligue a poner a media asta la bandera de la imaginación “.

En 1939 Batlle Planas realiza su primera muestra individual en el Teatro del Pueblo, exhibiendo una serie de collages que él prefiere denominar montajes. En ese mismo año aparece el grupo “Orion”, – también de filiación surrealista pero con acentos más líricos y literarios -, del cual Batlle Planas no participa.  “Orion” estaba integrado por Luis Barragán, Leopoldo Presas, Antonio Miceli, Bruno Venier, Orlando Pierri, Albero Atalef, Ideal Sánchez, Vicente Forte y Juan Fuentes. No hicieron expresa profesión de fe surrealista y se defendían de ser un núcleo cerrado proclamando la independencia de sus miembros. Cabe mencionar que el primer grupo surrealista – que no incluyó a pintores- se constituyó en Buenos Aires en 1928 alrededor de la figura del crítico Aldo Pellegrini, fundador de la revista “Que”, la primera publicación mundial de habla hispana de este movimiento. También Antonio Berni tuvo una ocasional adhesión a esta concepción hacia 1932 – 1933.

Su comprensión del automatismo muy poco se modifica con el conocimiento de la energía. Trata con expertos en educación diferencial y se especializa en laborterapia. Sus investigaciones de la mecánica energética y de la Gestalt le permite asentar una base firme en sus teorías sobre energía humana y esquema corporal. En 1947 abre un estudio para la enseñanza de Pintura y Dibujo, y difunde sus teorías sobre el uso de la energía humana en el proceso artístico. Así es como Batlle explica el origen de este nuevo mecanismo: “Con el nacimiento de puntos iniciales comienza un nuevo concepto general de las cosas. El ritmo y la voluntad de ritmo con que el grafismo se enriquece, la relación que tienen estos puntos centrales hacia los puntos más alejados, las imágenes que de ellos resultan, causaron nuestro asombro. Esa trama inicial parecía la previa construcción de un orden cósmico en relación a la imagen a surgir.”

Trabaja a partir del ritmo y la intensidad temporal de los estímulos internos: velocidad, lentitud, vibraciones, etc., que al desarrollarse en el cuadro reflejan sus impulsos más íntimos y hondos. Dibuja a partir de puntos generadores de trazados en los que se manifiestan las pulsaciones de la memoria, en un estado cercano al de la mística. Cuando empieza a trabajar sobre el papel o sobre la tela, el artista está inmerso en un estado de ánimo de profunda concentración que dirige la distribución de una serie de puntos en toda la superficie, intentando evitar el control racional. Posteriormente une esta serie de puntos energéticos mediante líneas, algunas de las cuales serán posteriormente eliminadas. La operación es totalmente automática, se guía únicamente por los dictados del inconsciente, con sus propios ritmos y estímulos internos. De manera casi imperceptible, comienza entonces a aparecer una forma reconocible, cuyo resultado final será trabajado siguiendo, naturalmente el fluir de la propia disciplina plástica, elaborando una imagen fundada en el puro juego de los elementos visivos, a la que se somete el artista con absoluta libertad.

En el taller de Batlle Planas, ubicado en un viejo caserón de la calle Santiago del Estero, se formaron algunos pintores que acusan su influencia tanto en el aprendizaje técnico como en la orientación espiritual. Es el caso de Jorge Kleiman y Roberto Aizenberg. La expresión de base surrealista tendrá continuidad en los años 50 en artistas independientes como Víctor Chab, Noé Nojechowiz, Miguel Caride, Jorge Tapia, Néstor Cruz y Osvaldo Borda, entre otros.

En la década de 40 Batlle utiliza ya, plenamente, una técnica depurada que despierta el elogio de la crítica por su habilidad en desaturar el color. Finas capas de témpera en degradée que van pasando sutilmente por todos los márgenes de la escala de color, con un equilibrio clásico y sereno en el manejo de los grises. Sus cuadros se pueblan de extraños seres, fantasmales, habitantes de paisajes desolados, personajes que parecieran querer comunicar algo a alguien. Son obras que registran la serena presencia de algo que está más allá del mundo real, que apelan a una realidad trascendente donde personajes solitarios se relacionan con motivo del “encuentro”, el “mensaje”, el “enigma”.

Aunque esencialmente surrealista en las intenciones, la obra de Batlle es romántica por su clima evasivo, nostálgico y melancólico. Invoca lo mágico y busca el misterio. En todo momento los mundos de lo imaginario y lo real se entrecruzan en su pintura y se confunden. Su “irracionalidad frenada” – tal como él se refiere a la base automática de sus producciones-, sugiere soledad, desamparo en los espacios infinitos del cielo y de la tierra, y la aplastante pequeñez del hombre perdido en la inmensidad del universo. Rozando lo visionario, plasma la imagen del Maestro – con sombrero de copa y rostro barbado-, y otras figuras arquetípicas como el Lama, el Profeta y el Apóstol.

En 1947 Batlle Planas sufre una profunda crisis. Por un tiempo deja de pintar porque siente que no puede afrontar la tensión que le producen los personajes surgidos en sus cuadros. Se aboca a la psiquiatría y al esoterismo. Una vez aquietado su espíritu interior, retoma la práctica pictórica como “única manera de soportar las presiones de la existencia”, tales las propias palabras del artista.

La muerte de Elena Salgueiro, su primera esposa, le produjo un duro golpe. Con ella había tenido a sus cuatro hijos: Juan, Gisella, Silvina y Elena; y a ella se refiere el pintor de la siguiente manera: “Toda esta ciencia la viví y la ejecuté dedicada a un ser humano, colocando su imagen en todos los paisajes que mi ánimo aconsejaba. Tomó la frialdad o calidez del ámbito, es decir, mi propia frialdad o mi propio calor”. Posteriormente nacería Albertina, hija de su segunda mujer.

Hacia los años sesenta, Batlle Planas es un pintor consagrado y reconocido. El Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires lo invita a exponer sus trabajos (1959); la Academia Nacional de Bellas Artes le otorga el premio Palanza (1960) y lo designa Miembro Titular (1962). En esta última época, recibe la influencia del informalismo, que por entonces comenzaba a difundirse. Deriva hacia una abstracción en la que se advierte el uso de una materia espesa tratada muy libremente. Los perfiles y contornos se diluyen en zonas de color y empastes entremezclados. Deja de lado la figura humana para dar paso a su última serie, la de las naturalezas muertas y las abstracciones geometrizantes. El mayor legado de Batlles Planas es su profesión de fe humanitaria, su ferviente creencia en lograr una mayor felicidad, una vida más plena y más íntegra a través de la pintura. La idea de que el arte, es en última instancia, un encuentro del hombre con su propia naturaleza interna. Al preguntarle por sus maestros, respondía con cierta humildad: “Las calles Victoria, Matheu, Rioja, Lima, Yerbal, los compañeros de la Plaza Once y de la Isla Maciel, los inventores de las pinturas de Altamira y los pintores que le robaron el verdadero Tratado de la Pintura a Leonardo. Los poetas que por temor a Dios hablan del sol y los ensayistas que por temor al sol hablan de Dios. También he aprendido de los hombres sencillos y de los viejos, aunque hayan perdido su facultad de juicio”.

Un punto de partida básico en su estética es la idea de que la pintura es un derivado natural de la vida. “Yo me siento comprometido con todos los aspectos que puedan configurar una ideología práctica de la relación humana.

Espero que de todo lo particular de mi imaginería, de toda su morfología, y en la fiel dialéctica de ella, en los altos y bajos de sus acontecimientos, se me permita surgir espectáculos profundamente identificados con el humanismo. No vivo la pintura como un juego prohibido, como un don que los déspotas dan a otros déspotas. La pintura, lo he repetido mil veces, como las artes todas, no es nada más que un anticuerpo, un desprendimiento de este extraño organismo (nuestro cuerpo) que maneja la vida”.

La obra de Batlle siempre plantea problemas humanos, y es justamente en este punto donde reside el carácter universal de su poética.

Juan Batlle Planas muere en Buenos Aires el 8 de octubre de 1966.

POR LAURA BATKIS