Nicolás Uriburu

ICI, Centro Cultural de España (Buenos Aires). Nº 156 noviembre de 1999.

Dentro de las tendencias experimentales de fines del ’60 en la Argentina, Nicolás Uriburu es un artista fundacional desde que en 1968 coloreó de verde el Gran Canal de Venecia durante el transcurso de la Bienal italiana. Inició entonces una serie de intervenciones directas sobre la naturaleza, entre las que se destacan la Hidrocromía Intercontinental, coloreando sucesivamente las aguas del East River en Nueva York, el Sena de París, el Gran Canal de Venecia y el Río de la Plata en Buenos Aires (1970). De la misma época son sus incursiones en el body art, con una serie de acciones en las que la metáfora ecológica se manifiesta en el propio cuerpo del artista, el lugar donde habita la subjetividad, que también es manipulada por la arbitrariedad de los contratos culturales y sociales que avalan la representación del individuo, (Coloración del sexo, Coloración de la cara, 1971). En la performance realizada en 1982 junto a Joseph Beuys, la coloración del Rhin culminó con la plantación de siete mil robles en la Documenta 7 de Kassel (1982). Desde entonces, sus preocupaciones se centraron en la defensa de la ecología, con 35 intervenciones en todo el mundo, poniendo de manifiesto el antagonismo entre la naturaleza y la civilización. En sus trabajos, el paisaje natural se convierte en metáfora de una experiencia estética mediante la alteración temporaria por el cambio de color producido en las aguas, que se tiñen de verde con sodio fluorescente, un producto utilizado en astronáutica que carece de toxicidad. Para ello, el artista usa metodologías interdisciplinarias aplicadas a la rama de la ciencia. Son experiencias biológicas y fisioquímicas ligadas al conceptualismo ecológico, donde la característica fundamental es evidenciar el cambio producido por los procesos artificiales en el ámbito natural de la propia obra.

En la muestra Empresas Contaminantes Auspician que ahora exhibe en Buenos Aires, hay una continuidad con aquella primera coloración veneciana, pero hoy sus preocupaciones tienen el tono imperativo del reclamo en tanto denuncia frontal, que desenmascara la manipulación perversa de las grandes empresas. Son 9 casos que fueron investigados por Greenpeace, analizando las aguas y los tóxicos contaminantes de los desagües que hacen las fábricas al echar sus desperdicios en los ríos. Uriburu documentó fotográficamente los desagües, los caños, los lagos disimulados por la vegetación que tapa cuidadosamente el “lugar del crimen”. Después amplió esas imágenes digitalmente en blanco y negro, para lograr el efecto del grano quebrado, que imita la referencia pictórica de un idílico cuadro impresionista con la visión difusa de una especie de paisaje romántico, que adquiere la cualidad revulsiva al comprobar que se trata de enormes vómitos de veneno tóxico. Uriburu interviene las fotos pintando de verde el sitio de la descomposición.  Cada foto tiene el nombre de la empresa correspondiente, como Celulosa; Petroquímica Capitán Bermúdez; Dowe-Chemical y Solvay Indupa, la curtiembre Curtarsa, entre otras.

El último caso se realizó con una performance que inmediatamente fue registrada por los medios de comunicación en los noticieros televisivos y en la portada de Clarín al día siguiente, el periódico de mayor tiraje de la Argentina. Uriburu pintó un telón de 15 x 8 metros, con la inscripción BASTA, el slogan de Greenpeace. Esta fundación, con quien comparte el interés por la defensa de la ecología, lo ayudó a colgarlo sobre un puente ubicado sobre el riachuelo en Avellaneda frente a la fábrica contaminante. La acción, que empezó a las 8 de la mañana culminó con la firma del artista dos horas después. 

Frente a la profecía apocalíptica del desastre ecológico, Nicolás Uriburu actúa como un demiurgo contemporáneo evocando rituales imaginarios de acuerdos integracionistas que rememoran la comunión primigenia del hombre con la naturaleza. Ética y estética se unen, de este modo, en una declaración explícita de la denuncia política.

POR LAURA BATKIS