No siempre es lo que parece – Verás que todo es mentira

Buenos Aires, 8 de abril de 1999. Año 2 – N°92 

En el marco de Estocolmo, Capital de la Cultura europea, una muestra apócrifa logró un gran éxito de público y crítica. El escandalete reafirmó la duda que hoy sufre el arte y que nació cuando Duchamp expuso un mingitorio

Por fin, el curador Jan Ahman tuvo que confesar: la muestra que organizó para exponer la nueva vanguardia del videoarte fue una gran mentira. Los autores –M. Piirí, P. Aste y M. Fry, entre otros- no eran reales y las obras fueron realizadas por algunos de sus amigos. En Estocolmo todavía se acuerdan de él y de cómo hizo pasar por excelente algo que sólo fue un engaño. 

El año pasado Estocolmo había sido designada Capital de la Cultura Europea, una mención muy prestigiosa que obliga a desarrollar todo tipo de actividades artísticas. En este marco, el 19 de diciembre de 1998 se inauguró la exposición All Earsi en la fundación Fägfabriken de Estocolmo, organizada bajo la curaduría de Jan Ahman. El evento ofrecía audiovisuales de doce artistas de renombre internacional, que habían creado un recinto a lo largo de un pasillo con doce puertas que dejaban ver un audiovisual. Se editó un catálogo con las correspondientes biografías de los autores y los premios conseguidos por esos nuevos talentos del arte actual.

La muestra, financiada por Estocolmo Capital de la Cultura, fue un éxito rotundo de crítica y público. La prensa le dedicó páginas enteras, escritas por personalidades de prestigio, en las que se elogiaba el espíritu renovador de los artistas, su capacidad de experimentación y su talento al combinar arte, música e imagen de este incipiente vanguardismo. El escándalo sobrevino cuando a principios de este año el curador dijo la verdad.

De manera inmediata, los mismos críticos que la habían ponderado la condenaron duramente. El Expressen, por ejemplo, tituló el hecho como “el mayor bluff en el mundo del arte de 1998”, y acusaba de ignorancia e ingenuidad a los entes organizadores de las producciones culturales. Ahman, el inventor de este fraude, declaró públicamente que se trató de un acto político, y explicó que fue una protesta contra el sistema que manipula a los artistas sin darles medios económicos necesarios para realizar sus obras. 

También dijo que en su momento la exposición ya estaba anunciada y él había estado trabajando con la promesa de un dinero del que sólo recibió el diez por ciento. Como la falta de dinero le imposibilitaba convocar a videoartistas de todo el mundo decidió inventar esa muestra de artistas inexistentes.

En una entrevista publicada en el diario ABC de Madrid, el curador aseguró no entender cómo las autoridades no se dieron cuenta de que era todo falso. Por estos días el curador presenta fotografías de Helmut Newton, y el público le pregunta si son verdaderas o falsas.

Este debate pone en cuestión la tremenda desconfianza que hoy existe frente a las producciones artísticas. Se ven circular por bienales internacionales las vacas cortadas colocadas en recipientes con formol del inglés Damien Hirst y queda cierta sospecha de haber entrado por error al museo de ciencias naturales. Quienes entran a la galería Sonnabend de Nueva York y se topan con las enormes fotos pornográficas de Jeff Koons (sexo explícito en primerísimos planos), con puntos colorados que indican “vendido”, tienen la rara sensación de haber visto en la porteña calle Corrientes imágenes similares en revistas clase B, cuidadosamente tapadas en sus zonas genitales, con la inscripción de “Prohibida su venta a menores de 18 años”. 

INTENCIÓN DE GOLPEAR. Las revistas especializadas de arte dicen que hoy la transgresión y la provocación son los ingredientes necesarios para circular por lo que los estadounidenses llaman el mainstream, una especie de tendencia de moda que tornó oficial lo que surgió con la intención de golpear al espectador para que reflexione sobre los límites de lo artístico. Más que reflexionar, una parte del público está encantado de comprar neonatos de morgue y bolsas de sangre y semen para formar parte del exquisito club de los coleccionistas de avanzada. 

¿Cuándo se generó la debacle? Tal vez cuando el verdaderamente genial Marcel Duchamp expuso en 1917 su Fuente, un orinal (comprado) y firmado con un seudónimo. Entonces se alejó de la tradición artística de la pintura moderna para introducir el concepto de operación estética: un acto que nos haga pensar sobre la naturaleza del arte. En la elección de sus objetos manufacturados (readymades), Duchamp buscaba una indiferencia visual y una total ausencia de buen o mal gusto. Porque el gusto es hábito: la repetición de algo ya aceptado. Por lo tanto, se trataba de ejercicios para evitar el arte, que es un hábito. Cincuenta años después se inició un gran malentendido, cuando sus objetos pasaron a engrosar las salas de los grandes museos, convirtiendo en artístico lo que jamás tuvo intención de serlo.

Hoy prolifera el “malentendido Duchamp”. Un extenso vocabulario teórico legitima como estrategias duchampianas acciones que, en muchos casos, son notables derivaciones neoconceptuales del artista francés, y en otros casos, un fraude, como la exposición de Estocolmo. Siguiendo la “línea Duchamp”, a principios de los años 80 la estadounidense Sherrie Levine fotografió reproducciones de Walker Evans y Edward Weston de manera exacta, firmadas por la artista, con la aclaración correspondiente: “Obra sin título (según Walker Evans)”. Se trataba de una crítica de la representación de la cultura erudita. Después usó la acuarela para reproducir las obras de los maestros más célebres del siglo XX, como Malevich, entre otros. Hubo que inventar una palabra para nombrar a este tipo de manifestaciones que van más allá del simple homenaje a otro artista, y están más cerca de la copia directa. Se lo llamó “apropiación”. Artistas que se adueñan de manera completa del trabajo de otro. 

Algo similar hizo Mike Bidlo en una muestra en la que pintó al óleo las obras más famosas de la historia del arte, como Las señoritas de Avignon de Picasso. En otras formas, se toma parcialmente una obra y se la reinterpreta, con lo que se ha denominado una “cita”. Cindy Sherman realizó una serie de retratos históricos en los que la artista se fotografía a ella misma, con prótesis grotescas, parodiando, desde una postura feminista, el orden patriarcal del arte de Occidente. Citas, apropiaciones y fraudes fueron el tema principal de una ingeniosa muestra que el argentino Alfredo Prior realizó en Buenos Aires en 1993, titulada La novia del capitán Nemo desnudada por sus sobrinos.

Tal vez la incertidumbre sea el desafío mayor con el que se tengan que enfrentar los críticos y teóricos de este fin de milenio. Y también los artistas.

Es interesante la propuesta que el filósofo Nelson Goodman esboza en su libro Maneras de hacer mundos, en el que señala: “Parte de los problemas parten de plantear una pregunta equivocada. La pregunta pertinente no es ‘¿Qué objetos son obras de arte?’ sino ‘¿Cuándo hay arte?’”. 

POR LAURA BATKIS