Todo – Alfredo Londaibere

Texto prólogo catálogo Alfredo Londaibere para muestra en C.C.San Martín. Sala 1. Mayo 2005.

Londaibere me muestra sus cuadros en su casa taller de la calle Warnes. Un gato siamés camina entre dos pilas de libros. Está la pila espiritualista, con textos como “El camino del tao”, “La sabiduría del zen”, “El Dalai Lama” y “La Kabala”. El otro ordenamiento es de libros de historia del arte, como las críticas de Diderot o “Arte y belleza en la estética medieval”. Hay zonas bien marcadas en este lugar. La mesa de la sección témperas sobre grabados, la otra mesa de óleos sobre madera, y el sector esculturas. También están los collages cuidadosamente separados por orden alfabético. Para Londaibere el arte es un camino espiritual. Me cuenta cómo llegó al zen por la poesía beatnik, la revista Mutantia y un libro que encontró en la casa de sus padres, “La importancia de vivir” de Lin Yutan. Entonces leía Aullido de Allen Ginsberg, con ese memorable comienzo que marcó a toda una generación en los años 60 “Yo vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas…” Londaibere tenía 17 años y eligió dedicarse a pintar. 

Conversamos sobre la ortodoxia macrobiótica del primer encuentro con Oriente, hasta la manera más flexible de hoy, tomando lo que sirve y adaptándolo a la vida cotidiana en Buenos Aires. Recuerda encuentros decisivos con algunas obras como cuando vio el “Incendio en el Colegio Jasidista de Minsk” de Roberto Aizenberg y las acuarelas de Xul Solar. Me cuenta los ejercicios que le da a sus alumnos para que logren un estado de introspección, hablamos sobre cómo Itten en la Bauhaus se diseñaba su ropa y meditaba con los alumnos antes de cada clase y ya estoy metida en el Aleph de Londaibere, un todo desde donde cada parte de la vida y de la obra de esta artista cobra sentido. Como en esta muestra. Témperas sobre láminas litográficas. Grabados antiguos de color sepia con vistas de paisajes europeos, iglesias y columnatas. Sobre ellos el artista pinta sus escenas como una animación sobre un telón de fondo predeterminado. La sala de exhibición tiene una escalera, entonces el artista pensó esta muestra a partir de esa ascensión, en un ordenamiento por pisos de abajo hacia arriba siguiendo libremente el esquema de los centros energéticos del cuerpo humano (chakras)  y las fuerzas creativas del universo según  la kabala hebrea (sefirot). 

El desarrollo espiritual comienza en la sala de abajo, con los Mitos. Laoconte, David y Goliat, Triunfo de la muerte y Caballeros. El artista toma la iconografía clásica y los monumentos ecuestres para representar la idea del heroísmo pasional y el romanticismo extremo de la vida como lucha. Son series narrativas, en algunos casos enmarcadas en conjuntos de 4 imágenes como frisos en los que se cuenta un relato. La representación de la imagen tiene un carácter constructivo, con el facetamiento de planos y modulaciones de color a partir de una precisa línea de trabajo que impone en cada caso. El color se organiza como un acorde musical que se va repitiendo, a manera de patrón ornamental que articula toda la secuencia y enfatizando la estructura de variaciones sobre un mismo tema. Esta primera concepción fatalista se resuelve en la acción de las Afirmaciones Heroicas del segundo piso, donde ubica símbolos y textos, como la Hoz y el Martillo, Palabras (bello, acto, bueno, lux), Cabezas, El más allá y Todo. Afirmaciones cargadas de sentido que el artista resignifica al vaciar el contenido original y enfatizar la plasticidad de estas figuras incorporando el texto como imagen con reminiscencias Bauhaus y De Stijl. Así se llega al tercer nivel, el de La Vida, donde las Sílfides bailan de manera etérea e ingrávida formando círculos, junto a Flores y Colibríes. Finalmente, de la parábola de la vida se llega a la última etapa de esta muestra. En el piso superior está El Amor, con una sola frase única y contundente: Tu y Yo. Como una síntesis de todas las relaciones que se establecen en este mundo, la escritura está contenida en cuatro formas: troncos, ramas, fuego y agua. 

Londaibere transmite el momento perfecto en el que razón y emoción se conjugan en plena armonía, ubicando al espectador en la morada retirada de la contemplación estética. Ese lugar sin nombre, sin comprensión y sin lenguaje, en el que a veces se siente, por un instante, la vida como un todo cargada de existencia. 

POR LAURA BATKIS