Una norteamericana y un argentino con la misma oferta: cuestionar los roles sexuales – Maureen Connor y Gustavo Marrone

5 de julio 1998.

Las instalaciones de Maureen Connor y las imágenes de Gustavo Marrone aportan una mirada crítica sobre las clasificaciones sexistas. Lo que nació como un acto de liberación del activismo político de fines de los ‘60, hoy es banalizado en un debate puramente teórico que propaga su discurso con manía de prontuario vincular entre las preferencias sexuales y la obra artística. Estas dos propuestas alternativas, no siempre “bonitas”, reclaman la libertad de pensamiento.

La exposición de Gustavo Marrone (36) se basa en la frase de Pascal: “lo que llamamos naturaleza, ¿no habría sido una costumbre? Lo que llamamos costumbre, ¿no será una segunda naturaleza?”. Luego, Marrone cuestiona los modos de estructurar el mundo y el peso cultural de todo lo que se aprende, presumido entonces como algo “natural”. 

De esta manera el artista llega a la idea de género, pero sin hacer una ilustración didáctica, sino pensando en la limitante estructura de los mandatos socioculturales respecto al conocimiento íntimo de los deseos más profundos. Y en ese sentido, sus intereses privados se convierten en públicos en tanto recuperan al sujeto de la pintura y abarcan los aspectos más primarios de la condición humana. Sus pinturas con colores estridentes son figuras primigenias, con aspecto embrionario, que se distorsionan y adquieren rasgos de sexualidad doble, como las esculturas de los pórticos del período románico catalán. 

Marrone empezó exponiendo en la Argentina junto con Miguel Harte, Garófalo y Kuitca, entre otros, hasta que hace diez años decidió establecerse en Barcelona. Ahora ratifica su parentesco con la pintura sudamericanista de Frida Kahlo, tanto su temática, como su mirada ácida y profunda sobre lo que lo rodea, como en la resolución formal. Así sus “protohumanos” se enredan con órganos internos en un arabesco que los envuelve con vísceras y huesos. El espacio es cerrado y crea un clima de angustia enfatizado por el sentido de sus imágenes, idea inexorable de la finitud y la necesaria comprensión que es imposible escapar de una identidad ya asignada.

Las pinturas se exhiben junto un video en el que Marrone declara su respuesta a la oposición genérica femenino-masculino: recuperar el amor como tema básico del hombre, con frases tomadas de El Banquete de Platón, donde Aristófanes habla de Eros como el deseo por algo que es afín a nuestra naturaleza específica. En la galería Art House, Uruguay 1223, hasta el 17. 

Con planteos teórico similares, pero desde una óptica marcadamente feminista, la norteamericana Maureen Connor exhibirá desde el miércoles ocho sus “instalaciones” en el Museo de Arte Moderno. Connor comenzó su carrera profesional a mediados de los ‘70, cuando surgían los primeros movimientos de activismo neo feminista liderados por Judy Chicago como la rama de los sectores de izquierda antibelicista, con Vietnam de fondo. Este grupo fue creciendo hasta formar el WAC (Coalición de Acción Femenina) que luchó contra la discriminación de la mujer en la cultura y promovió una histórica manifestación durante la apertura de la muestra del Museo Guggenheim de Nueva York en 1992, con carteles de la mexicana Frida Kahlo y la cubana Mendieta.

Paralelamente, surgía el grupo de “mujeres guerrilleras”, con Cindy Sherman en la cabeza y una acción panfletaria de distribución de volantes con la inscripción: “¿Cuántas mujeres tuvieron una exposición individual en los museos de Nueva York en el último año?”. La respuesta obvia: solamente una mujer en la sala del Whitney. 

De este último grupo surge la generación de Connor, que hoy ocupa un amplio espacio en el arte a nivel internacional. Sus “instalaciones” están hechas con objetos mínimos y muy despojados que polemizan sobre los condicionamientos culturales que han construido lo que se entiende socialmente como el rol de “lo femenino”: una determinada manera de ser y de vestirse, asociada a la obsesiva necesidad de gustar y seducir, como imposición por temor ancestral al rechazo masculino. En Vestido de novia (1976) trabajó con la indumentaria de los rituales establecidos para el matrimonio. Las referencias corporales son evidentes en sus instalaciones con corsés, que el artista articula como “esculturas para ponerse”. En sus obras recientes, trabaja con el absurdo modelo de belleza promovido por la pasión finisecular por una flacura que acarrea trastornos como la bulimia y la anorexia, que afectan puntualmente a las mujeres, sin olvidar sus efectos psicológicos, emocionales y de conducta. Hasta el 9 de agosto en San Juan 350. 

POR LAURA BATKIS