Cuerpos en regreso – Remo Bianchedi

Prólogo para la muestra de Remo Bianchedi en el Eco Centro. Puerto Madryn, Patagonia, Argentina, 2002

Llegando al Ecocentro -el ámbito de la exposición que hoy presenta Remo Bianchedi- un conjunto de figuras flamean como banderas colgadas del techo. Aquellos Inocentes que mostró en Buenos Aires en el 2000, se fueron modificando a la par de los veloces cambios del entorno social. Ya no se trata solamente de los jóvenes vulnerables a la desocupación, porque hoy somos vulnerables todos.

Pegados sobre madera espejada, actúan ahora como un faro que celebra la llegada al sur del Hemisferio Sur. La luz que se proyecta en todo el entorno, se mezcla con la luminosidad rasante de Puerto Madryn.

Un artista además de imaginar señala, y para hacerlo siempre recurre a la metáfora. La metáfora de cuerpos en regreso, de estos personajes que ahora salen del mar. La ilusión de verlos llegar del gran océano. La esperanza del retorno  porque la luz del Sur, porque la calidez de los amigos, porque el lugar es acá y porque todo exilio, forzado o elegido, todo exilio implica un retorno.

En su instalación, Bianchedi resignifica mediante la práctica artística un espacio en donde lo público (el paisaje patagónico) y lo privado (el EcoCentro) se asemejan. 

La historia de la pintura nacional comienza con la saga de los pintores viajeros, como si el viaje fuera un sino determinante de los argentinos. Algunos de aquellos primeros pintores no pudieron resistir la fuerza de este territorio y se quedaron acá, como Carlos Pellegrini, entre otros. Hacia 1930, todo un grupo de artistas va a Europa y trae el legado de lo que conocemos como la Escuela de París. En el viejo continente, Berni empieza a imaginar sus manifestaciones, sus desocupados, y, tal vez, comenzó a proyectar la historia de Juanito Laguna y Ramona Montiel. Mientras tanto, Quinquela Martín realizaba la primera intervención urbana en La Boca diseñando con color, es decir yuxtaposiciones de luz refractada, viviendas multifamiliares de chapa acanalada. 

Los viajes de Bianchedi comenzaron paralelamente a sus viajes literarios, cuando en 1967 se fue a la selva amazónica peruana siguiendo las huellas de William Burroughs y Allen Ginsberg en “Cartas del yagué”. Mientras tanto, dibujaba copiando desde los grabados de Durero hasta las pinturas de Peter Blake. Otro viaje lo detuvo en Jujuy, con la aventura de una familia, 3 hijos y la militancia en la Juventud Peronista. Descubre entonces el automatismo psíquico usado por los surrealistas como proyecto liberador y una frase de Breton: “Cambiar la vida según Rimbaud y transformar el mundo según Marx”, y emprende la tarea de la librería propia con “Libros Libres”. Roberto Aizenberg empieza entonces a ser un nuevo referente en su trabajo. Gana el Premio De Rider en la sección grabado y pierde un país, la tierra y el lenguaje.

Alemania 1976. La beca Albrecht Dürer le posibilita estudiar Diseño Gráfico y Comunicación Visual en la Escuela Superior de Artes de Kassel mientras asiste a los cursos y seminarios de Joseph Beuys. El gran Chamán le enseña que el dibujo es pensamiento, y la idea del concepto ampliado del arte que reconcilia saber con hacer, la palabra y la acción. El fervor democrático del regreso en 1983 lo pone en contacto con los que hoy son sus pares y compañeros de ruta: Osvaldo Monzo y Alfredo Prior. Cuando empieza a sentir esa fiesta impostada en los años 90, se retira. Durante los 12 años de aislamiento en La Cumbre (Provincia de Córdoba) la obra de Bianchedi se empieza a anclar en la tradición moderna para hablar del presente. El autoritarismo de Estado en la serie de los maestros expulsados de la Bauhaus mientras el país se privatizaba y explotaba la Embajada de Israel. Su visión sobre el Holocausto en La Noche de los Cristales, hasta llegar a la megainstalación en tres salas del Centro Cultural Recoleta con De niño mi padre me comía las uñas, 580 cartones en los que la pintura se mezclaba con la palabra. “De niño no tuve infancia”, decía en una. Y así, casi sin saberlo, empezó a hablar de él. 

Como en la serie I blow a kiss for you que completa la instalación de Bianchedi en Puerto Madryn. Las tablas pintadas, dibujadas y escritas son parte de un trabajo más confesional. Como un acta notarial, el artista escribe frases, pensamientos y los títulos de las canciones que siempre lo acompañan (Bob Dylan, Lou Reed, Laurie Anderson). También se leen sus diálogos con Max, un personaje inventado por Bianchedi que lo acompaña en sus juegos solitarios: “Los huesos se chocan, Max”; “El pintor propone y la pintura dispone, Max”, “Atención: hoy zarpó desde Cruz Chica la Nautilius, Max”. Las figuras son siempre las mismas, variaciones sobre un mismo rostro que se repite. Son caras macizas diseñadas con la precisión del trazo escultórico, que yacen sobre cuerpos infraleves. Un orden clásico, sereno y melancólico lo emparenta con el tono del discurso usado por Gómez Cornet, Spilimbergo y Diomede. 

En su “Ortodoxia”, Chesterton cita la historia de un piloto inglés que, habiendo calculado mal su derrotero, descubrió Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla del mar del Sur. Como ese piloto, Bianchedi cierra el círculo de su propia travesía, intuyendo que la Patria como sentimiento es siempre el final del viaje y celebrando el regreso de Los Inocentes. Como dice el artista: “frente a lo que me provocó y nos provoca tanto dolor, le opongo algo que creo que es lo único  que no hemos perdido cuando nos expulsaron del Paraíso: la inocencia”.

POR LAURA BATKIS