Galería Art House, (Buenos Aires). Nº147, noviembre 1998.
La exposición de Gustavo Marrone ofrece una mirada crítica y mordaz sobre las clasificaciones actuales sobre la idea de identidad de género en las prácticas artísticas. Lo que nació como un acto rebelde de liberación en los movimientos activistas de grupos minoritarios a fines de los ‘60, hoy es banalizado por todo un debate teórico que propaga su voracidad discursiva con una manía prontuarial que clasifica las relaciones entre las preferencias sexuales y la obra artística. El producto “arte de género” de los años ‘90 desembocó en obras facilistas que documentan aspectos básicos de la condición genética como tomados de un libro de ciencia escolar. Marrone reflexiona a partir de una frase de Pascal: Lo que llamamos naturaleza ¿no habrá sido una costumbre?, lo que llamamos costumbre, ¿no será una segunda naturaleza? Y así cuestiona las formas cartesianas de estructurar el mundo y el peso cultural de todo lo que se aprende, y que se identifica entonces como algo natural. De este modo el artista llega a la idea de género, pero sin hacer una ilustración didáctica, sino pensando en lo limitante y estructurado que son los mandatos culturales en nuestra sociedad con respecto al conocimiento íntimo de los deseos más profundos. En este sentido, sus intereses privados se convierten en públicos en tanto recuperan al sujeto en la pintura y abarcan los aspectos más primarios de la condición humana. Sus pinturas con colores estridentes son figuras primigenias, con aspecto embrionario, que se distorsionan y adquieren rasgos de sexualidad doble, como las esculturas pesadillescas de los pórticos del románico catalán. Marrone (36) empezó exponiendo en la Argentina junto con Harte, Garófalo y Kuitca, entre otros, hasta que hace diez años decidió establecerse en Barcelona. En esta primer exposición después de su ausencia española, ratifica su parentesco con la pintura americanista de Frida Kahlo, tanto en su temática, con su mirada ácida y profunda sobre lo que lo rodea, como en la resolución formal. Sus protohumanos se enmarcan con órganos internos, en un arabesco que los envuelve en el aparato circulatorio humano, junto con víceras y huesos. El espacio es cerrado creando un clima de angustia que enfatiza el sentido de sus imágenes, con la idea inexorable de la finitud y la necesaria comprensión de que es imposible escapar de una identidad ya asignada. Las pinturas se exhiben junto con un video en el que Marrone declara su respuesta al planteo del género (femenino-masculino): recuperar el amor como tema básico del hombre, con frases tomadas de El banquete de Platón, donde Aristófanes habla de Eros como el deseo por algo que es afín a nuestra naturaleza y la completa.
POR LAURA BATKIS