Prólogo del catálogo de la exposición de Julián Prebisch en el Centro Cultural General San Martín, Sala 1. Buenos Aires, 2005
Julián Prebisch pertenece a la nueva generación emergente de artistas que han retomado la práctica pictórica. Sus cuadros son una compilación de estilos de las vanguardias del siglo XX, con una manera libre de usar los elementos formales.
El artista toma aspectos de la realidad y los atraviesa por una particular matriz de estilo. Se le ocurren imágenes y luego las somete a una visión caleidoscópica. El resultado final termina siendo una completa abstracción de la idea disparadora.
Su obra es una reflexión sobre el anacronismo, en la que mezcla toda la información que ha recibido, sus influencias, amores y gustos, de una manera ecléctica y desprejuiciada. Los cuadros tienen una rigidez minimalista, que se acentúa con la reducción de su paleta a 3 colores base: amarillo nápoles, turquesa y azul petróleo. Hay una extrañeza absurda en sus obras, un clima de frialdad inquietante en esos paisajes planos de atmósfera metálica.
“Yeti Hotel” es un cuadro invernal, con la arquitectura típica de los centros de ski de Bariloche y ese color amarronado de la mezcla entre cabaña, bungalow y nieve. En “Adán y Eva en el valle de Falopio” el artista toma el estilo triunfante de las batallas heroicas. Eva lleva una lanza entre árboles con las formas de las trompas de falopio, mientras Adán mete la mano en un panal.
Prebisch usa libremente la iconografía de Occidente para hacer un comentario personal de su particular mirada sobre el mundo de hoy. La última cena es una bacanal psicodélica y los monumentos solemnes parecen juegos de mesa y tableros de ajedrez.
Desde su taller monoambiente en Congreso, frente a un ventanal donde se ve una enorme cúpula, el artista acomoda sus recuerdos y reconstruye el mundo una y otra vez, diseñando en soledad mapas que se acomoden a su derrotero personal.
POR LAURA BATKIS