La representación argentina en la Bienal de San Pablo. Nicola Costantino: la perversión como búsqueda del placer estético

Nº148, diciembre 1998.

Bajo el lema de “La antropofagia nos une” se está llevando a cabo la edición ‘98 de la Bienal de San Pablo. Y sin duda, la elección de Nicola Costantino como representante de la Argentina no podía ser más acertada, en este caso bajo el criterio curatorial de Edward Shaw. Esta rosarina de 33 años irrumpió en la escena porteña en 1994, cuando fue seleccionada para integrar el Taller de Barracas, un espacio de capacitación para escultores y artistas objetuales, dirigido por Luis Benedit y Pablo Suárez. Desde entonces, elaboró una carrera meteórica que la llevó por Estados Unidos como becaria del Core Program de la Glassell School of Art en Houston, La Feria de ARCO de 1997 en Madrid, San Pablo este año, y la muestra organizada por Estrella de Diego para enero del ‘99 en  la Casa de las Américas de Madrid, que reunirá a 10 artistas que trabajan, tal como se denomina la exhibición, Con los cinco sentidos, con Lygia Clark y Tony Oursler entre otros. El sentido del tacto es primordial en la producción de Costantino, unido al contenido escatológico de las asociaciones mórbidas ligadas con la muerte y el deseo. Su trabajo está relacionado con la perversión que hay en la búsqueda del placer y una cierta atracción del cadáver como algo festivo, que es muy propio de la Argentina, un país absolutamente carnívoro en el que la principal dieta de sus pobladores es el bife ingerido por lo menos una vez  al día. En su provincia natal terminó su Licenciatura en Artes y después se puso a estudiar técnicas de momificación y embalsamado. A partir de la idea de las pulsiones ejercidas por la comida y el sexo, realizó en 1993 la performance Cochon sur canapé, que repitió el año pasado en la muestra Women’s Work en el Museo de Arlington en Texas. Se trata de una bacanal orgiástica al estilo de las películas de Peter Greenaway, donde la artista invitó a los espectadores a celebrar un festín. Sobre una cama de agua que oficiaba como una mesa que se movía por los efectos del líquido, colocó a modo de mantel una sábana rosada de raso. Arriba puso un enorme lechón relleno, rodeado por pollos asados y decorados. El título de la obra parodiaba un nombre inventado de una comida francesa elegante y fastuosa, vinculando la palabra  canapé con la cama, como el lugar donde se realiza esa suerte de canibalismo sexual que es la relación amorosa. La ornamentación de la sala estaba dada por pollos, lechones y conejos envasados al vacío que colgaban del techo. Una vez superado el primer impacto, la gente cedió a la tentación de comer, devorando compulsivamente la comida, arrancando con las manos los pedazos de carne dado que la artista no había colocado cubiertos sobre la mesa. Entre los animales cocinados, había un lechoncito embalsamado, parado en cuatro patas con la boca abierta y la lengua afuera, que estuvo a punto de ser descuartizado en la confusión general mientras la artista gritaba que eso no era para ser comido. Como las sábanas manchadas y arrugadas por la fatiga del lecho compartido, el final de fiesta parecía el “lugar del crimen” donde había transcurrido una acción violenta: la cama engrasada, recubierta por restos de cabezas de animales y huesos. A Costantino le obsesiona pensar en los deseos inconscientes de rechazo y placer, amor y dolor, como las dos caras fundamentales de la condición humana: la posesión erótica del objeto deseado unido al  desgarro que produce el enamoramiento. Le siguó toda una etapa con animales realizados con calcos de silicona: un cerdo colgado en una estructura de hierro con un motor que lo hacía dar vueltas, (1994) y la Cadena de pollos, que presentó el año pasado en la Bienal del Mercosur en Porto Alegre. Es una instalación de pollos que se engarzan mediante la introducción de la cabeza del animal dentro del orificio anal de su compañero, formando una tira colgante de 5 metros de silicona blanca, que Costantino asocia con ciertos diseños de joyería como los encastres de los collares de la firma Gucci. Siguiendo esta idea, incursionó en la elaboración de alhajas, con dos collares de 26 pollitos en miniatura fundidos en oro y plata respectivamente (1998). Como en la instalación que presenta ahora en la Bienal, el objeto de arte se acerca al objeto diseñado producido para la venta y el consumo personal. La Peletería con piel humana que muestra en San Pablo es una gran instalación que funciona como el escaparate de una tienda de indumentaria. Son 18 modelos de vestidos y tapados exhibidos en un espacio rectangular de 10 x 5 metros. Las 2 paredes laterales son de material blanco y los lados mayores están hechos con acrílico transparente. Dentro de esta caja están los maniquíes que sostienen las piezas. La belleza de la presentación impacta con la manera perturbadora en que están realizados los trajes. Son calcos de silicona sobre piel humana, forrados por dentro con tela de raso y rematados por cuellos de pelo natural que se importa de Rusia para hacer extensiones capilares en las peluquerías. Hay tres modelos ornamentales básicos con protuberancias y agujeros: ombligos, tetillas masculinas y orificios anales. Los diseños de las prendas son muy elegantes y están concebidos con la misma técnica de la peletería moderna, que en oposición a la antigua, hace que las costuras de las porciones de piel sean visibles para que se note a simple vista que es piel natural. Para evitar cualquier asociación con el concepto de “género femenino”, la artista intenta salir de ese cliché, usando el pecho de un varón porque no está tan ligado al erotismo como el pezón de una mujer. Después eligió  aquellas partes del cuerpo más andróginas y que no determinan sexo, como los ombligos y los orificios anales, con sus pliegues naturales que parecen frunces textiles. La concepción performativa de la obra, pensada originalmente con modelos vivos luciendo los trajes, tuvo que ser reemplazada por un video dada la duración trimestral de este evento. Hay 4 monitores que pasan una filmación realizada por Marcos López, con situaciones argumentales que muestran a Nicola montando una colección de alta costura y preparando a las modelos para un desfile de pasarela. En sus últimas obras, que acaba de exhibir en la Galería Ruth Benzacar de Buenos Aires, armó una instalación de Chanchos-bolas, con 25 esferas de calco de pieles de cerdo en resina y aluminio atomizado, pulidas y brillantes como si fueran piezas de metal. Aunque el aspecto general es más decorativo, la cercanía deja ver una oreja o la nariz del animal comprimido, aludiendo al proceso casi tortuorio de acomodar el cuero dentro de un globo de vidrio presionándolo contra los bordes para lograr el aspecto de una pelota. “Me interesa la idea de forzar el aspecto externo de un animal para que adquiera la forma de un cuerpo diferente”, declara la artista. Muy acorde con las tendencias del arte actual, Costantino circula firme en los límites donde la estética se acerca a la transgresión social, perturbando al espectador con los tabúes del sexo y la repulsión, pero sin desdeñar una clave poética que atraviesa toda su producción, que se vislumbra en ese lugar inquietante donde la belleza y el horror se complementan en una perfecta armonía.

POR LAURA BATKIS