Buenos Aires, Abril 2006.
Joven, talentoso, inteligentísimo y “argentino”. Se lo disputan en el mundo. Es una figura habitual en todas las publicaciones internacionales sobre arte contemporáneo. Por el momento vive un poco en Buenos Aires y otro tanto en París. Leandro Erlich está haciendo una silenciosa carrera internacional. No se cree una estrella y todavía agradece cuando se le hace una nota. Acá va el perfil sobre un gran artista que pisa fuerte de verdad, y que piensa que el verdadero triunfo es seguir haciendo obras buenas. Lo demás es ruido.
Leandro Erlich (1973) es hoy uno de los artistas argentinos jóvenes con mayor proyección internacional. Entre las muchas exposiciones en las que participó en el exterior, cabe destacar su participación en la 7ª Bienal de la Habana, Cuba en 2000, la Whitney Biennale en Nueva York el mismo año, Bienal de Venecia (2001), Busan Biennale, Corea del Sur (2002), Bienal de San Pablo (2004) y el Palais de Tokyo en París. En la reciente Feria Art Basel Miami Beach su obra “Ecléctica” (la simulación de una vidriería) fue vendida en más de 100mil dólares y convocó a una enorme cantidad de espectadores que esperaban ansiosamente para ingresar en la instalación.
Erlich realizó estudios en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. En 1994 fue becado por la Fundación Antorchas para capacitarse en la disciplina instalación y arte objetual en el Taller de Barracas. Allí tuvo como maestros a Luis F. Benedit y Pablo Suárez. Ya se perfilaba como un artista interesante cuando en aquel entonces proyectó la construcción de un Obelisco en La Boca. A través de la Panamerican Cultural Exchange Foundation participa del Core Programe en la Glassell School of Arts, Museum Fine Arts Houston, Texas, entre 1997-1998. Posteriormente se instala en Nueva York y hoy alterna su residencia entre París y Buenos Aires.
Las instalaciones de Erlich ponen en cuestión la naturaleza ontológica de lo que usualmente denominamos “realidad”. Con un juego ilusionista construye situaciones paradójicas entre lo real y lo virtual, bordeando siempre los imprecisos límites de la percepción.
La obra “Ascensor” de 1995 que presentó en una edición del Premio Braque, consiste en una puerta de ascensor donde la botonera y demás elementos que usualmente van en el interior de la cabina están afuera. A través de las rejas se puede observar el interior del habitáculo. Un juego de espejos da la sensación de profundidad cuando el espectador mira hacia abajo. La inversión de los elementos (interior-exterior) es una constante que estará presente a lo largo de todas sus obras. Como en “Vecinos” 1997, una puerta con el portero eléctrico colocado en la parte de afuera ya genera cierta extrañeza en el visitante que se ve tentado de mirar por la mirilla. Con una simulación ilusionista mediante la realización de una maqueta interior, el visitante convocado puede ver el corredor de un edificio.
Las obras de Erlich generan desconcierto y humor. Ponen en evidencia el carácter voyeurista del amante del arte, que es invitado a espiar la obra para decodificar su sentido. En esta obra se percibe la seducción que ejerce sobre nosotros el mirar y ser mirado. Y nos hace reflexionar sobre el lugar que ocupa la mirada en el arte, la sensación de realidad vigilada mediante sistemas de control y todo un entramado de connotaciones que son parte del mundo globalizado de hoy. Uno de los aspectos más notorios en los trabajos de Erlich es cómo el artista capta la sensación de pérdida de vida privada en el mundo actual y la imposibilidad de vivir en el anonimato cuando mediante un buscador en la web casi todos los habitantes que circulan por muestras de arte están de algún u otro modo registrados y clasificados. Esta noción de lo privado convertido en público está presente también en “La Vista” de 1997. A través de la persiana de una ventana, se pueden observar escenas de la vida cotidiana de los vecinos que han sido filmados en 7 televisores de 5 pulgadas. La tentación de vivir en un edificio alto, bajar la intensidad lumínica y mirar a los vecinos por la ventana es parte de una tradición que es innata en el ser humano, ver a los otros, espiarlos, controlarlos, aprehenderlos con la mirada. Como en el relato de Susana y los viejos, siempre hay mirones que observan una escena. Erlich nos hace sentirnos culpables de cometer el inquietante delito de meternos en la vida del otro sin permiso. Como en Étant Donnés de Duchamp, hay un pequeño orificio para mirar la escena y descubrir el enigma. Un enigma que sitúa al espectador en el límite de la incertidumbre frente a lo que percibe, poniendo en cuestión, por lo tanto, todo el mundo que lo rodea y la manera de entender la realidad.
La idea del doble es marcada en la instalación “El Living Room”, 1998. El artista construye 2 sets de living con objetos varios de uso cotidiano, puestos de manera invertida y separados por un muro abierto que recrea falsamente la vista de un espejo. El visitante entra, tiene la sensación de que es todo correcto, y de pronto algo no es ni tan normal, ni tan correcto, porque no percibe su imagen en el espejo. Y esto simplemente por la ausencia del mismo y porque no hay reflejo sino reconstrucción asimétrica de la misma situación.
Las instalaciones de Erlich están ligadas al situacionismo porque ponen en acción situaciones que se generan en el momento en el que el que mira acciona su cuerpo. Es un arte de acción y performativo, pero el performer no es el artista sino el espectador. A él le es dada toda la libertad interpretativa de la obra para decodificar dónde está la realidad y qué es la realidad. Si el sonido en la obra “Lluvia” (2000) es real o proviene de un sistema de audio, si el agua que ve circular por la ventana es parte de una temible tormenta que invade todo el ambiente con el estruendo de los relámpagos.
Hay algo de juego en este artista, un esquema lúdico de parque temático que nos hace reflexionar sin carga dramática, pero con la intensidad que provoca la sorpresa en cada una de sus obras. Una sorpresa que a veces se convierte en estupor, como en los juegos infantiles. El delgado límite entre la risa y el llanto como cuando el carrito de la montaña rusa está a punto de caer en un parque de diversiones. Las obras de Erlich provocan cierto temor de infancia, sorpresa y fascinación.
Podemos meternos adentro de su “Pileta” (1999) sin ser mojados, y observando desde abajo del agua, simuladamente, cómo es el mundo en la superficie. Para ello, el artista construyó una pileta de natación típica con escalera, drenaje y paredes curvas. En una de las paredes laterales hay un acceso que permite la entrada del público al interior de la pileta vacía. En la superficie, sobre un acrílico se suspende una lámina de agua dando la apariencia de una pileta llena. La ilusión de estar frente a una pileta llena se quiebra cuando se ve al público recorriendo el interior de la misma.
En “Las Puertas” (2004) de la Bienal de San Pablo también se ingresaba a un lugar que parecía ser muy luminoso desde el exterior pero que se oscurecía en el momento de abrir la puerta. En cada momento en el que nos parece entender la realidad, Erlich nos despista y tenemos que volver a realizar todo el camino de desaprender lo aprendido para permitir el acceso a una interpretación diferente de la realidad. Y volver a construir maneras de percibir el mundo que nos devuelvan la capacidad de juego, sorpresa y goce que olvidamos cuando dejamos el Paraíso.
POR LAURA BATKIS