Catálogo de la exposición de Juan Fontana en Galería Altera, Pinamar. Buenos Aires, febrero de 1998
La muestra que hoy presenta Juan Fontana se articula, una vez más, en torno a una serie narrativa. En este caso el punto de partida es la mitología griega y la historia de Minos, rey de Creta, que manda a construir a Dédalo el laberinto para encerrar al Minotauro. De allí en más, aparecen los demás personajes: la pasión irrefrenable de Pasífae -esposa del rey-, que se enamora del toro blanco. Con él engendra al macho cabrío quien, finalmente, morirá bajo la espada del ateniense Teseo, con la valerosa ayuda de Ariadna que le da el famoso hilo, gracias al cual el héroe puede encontrar la salida. Con un mecanismo muy característico del arte actual, Fontana se vale a su vez de otras referencias y se apropia de un cuento de Borges: La casa de Asterión. El cuento articula todo el relato visual mediante una estructura circular donde la imaginación de Fontana trabaja en paralelo con las citas que toma del escritor argentino. En un cuadro, aparece la figura del Minotauro con una cita textual que dice: “Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión”, frase que, a su vez , pareciera ser tomada de Apolodoro, en un mecanismo espiralado que nos lleva de un texto a otro, de una fuente literaria a un dato histórico, y así sucesivamente demostrando que lo que llamamos cultura es un lenguaje de símbolos que heredamos y compartimos, e incluso plagiamos.
Es justamente entre la ficción y el plagio donde se ubica Fontana para construir una historia que se parece bastante a su propia imagen. Dédalo diseñando el laberinto, como artífice y arquitecto que desencadena la tragedia. Y un autorretrato del artista que se pinta como aquel primer arquitecto mítico de la antigüedad clásica haciendo alusión a su propia biografía de pintor, arquitecto y proyectista. En el cuento de Borges, la bestia padece su soledad y describe su casa como “del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo”. La redención del Minotauro es la muerte. La casa de Fontana es el arte, ese lugar donde habita lo sagrado que le permite con total libertad conjurar la soledad dialogando con el pasado y entrelazando laberintos religados a una memoria compartida.
POR LAURA BATKIS