Luisa González

Centro Cultural Recoleta (Buenos Aires) – Febrero 2005.

Las obras de Luisa González toman algunos aspectos del objeto Dadá, con esa extraña belleza que surge del encuentro de realidades en apariencia diferentes. Usa materiales que la artista rescata o que van a su encuentro por el raro mecanismo de la percepción razonada del azar ese “encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”, que definiera Lautreamont.

En la era del consumismo generalizado, la artista elige construir sus obras con lo que la sociedad deshecha. Partes de maquinarias para trabajos en el campo, pedazos de chapas que insinúan apenas su antigua utilidad, ruedas. Materiales cargados de historia, oxidados por el paso del tiempo y de un modelo de país que también ya es parte del pasado. En cada objeto hay situaciones que arman una escena, como un teatro en miniatura al que hay que acercarse para ver lo que sucede. En las cajas se acentúa el carácter escenográfico, con los pequeños árboles proyectando una sombra que destaca la soledad de sus personajes. Aislados en la aridez de un paisaje parecido a todos los paisajes pampeanos, llevan en sus manos banderas argentinas como asistiendo a una ceremonia antigua. Evitando el tono crítico, González señala con ironía y nostalgia aquellos emblemas que también parecieran estar en desuso. Los hombres urbanos, con sus corbatas al viento, caminan a paso acelerado sobre una rueda. El humor atraviesa estos trabajos y le permite emitir una opinión evitando la solemnidad del discurso. Algunos personajes remiten a la estética del souvenir, como el muñequito de un hombre con sombrero, maletín y corbata adentro de una mordaza circular. González devuelve a estos seres el rasgo de humanidad perdida al colocarlos en un espacio acotado en el que caminan, celebran o asisten a rituales desconocidos. Levantan banderas y festejan alguna fecha patria, tal vez, para evitar que el olvido borre los rastros que nos definen a los que habitamos esta zona lejana del hemisferio. Un lugar en el mundo desde donde se avista la cruz del sur y el mar dulce tiñe con su platino ardor la placidez metafísica de estas tierras.

POR LAURA BATKIS