Marcelo Cusenza

Centro Cultural Recoleta (Buenos Aires) – Mayo 2003.

Cusenza me llama para que vaya a su taller a ver sus obras. “Tiene que ser de noche”, aclara, y frente a mi notorio desconcierto, agrega, “No pueden apreciarse de día, y no tengo cortinas”. Acepto la invitación. Me pasa a buscar en su auto, enfilamos hacia el oeste de la provincia de Buenos Aires hasta que, después de 40 minutos de viaje, llegamos a Parque Leloir. Un lugar apartado del mundo. Calles de tierra, casas bajas, árboles y ese aroma del otoño que recién se asoma y que en la capital porteña se oculta tapado por el smog.

Una casa racionalista, hormigón armado desnudo, gris. Un hábitat cuadrado, neto, liso. Como las cajas de sus obras. Entro al taller. En la penumbra, Cusenza enciende sus objetos lumínicos, uno a uno, como en un ritual en el que cada parte y cada acción constituyen una serie de acontecimientos que conforman un todo.

Cada obra es un episodio que en su totalidad pone en acto una escena virtual. Un hábitat ilusorio que coloca al espectador de manera inmediata en un viaje interior.

Marcelo Cusenza nació en Buenos Aires en 1970. Después de pasar por la Escuela Nacional, estudió grabado , monocopia y fotograbado. Actualmente asiste a los talleres de pintura con Sergio Bazán y clínica e interpretación de obra con Mónica Girón por intermedio de la beca de capacitación que le otorgó la Fundación Antorchas. Una carrera que lo inquieta y sorprende, que de a poco va tomando el ritmo veloz de la demanda del público y el mercado que están ávidos de artistas emergentes. Apoyado desde sus inicios por la dupla que está al frente del espacio de arte Sonoridad Amarilla, participó con ellos en febrero de este año en el megaevento “Submarino Amarillo” realizado en el Centro Cultural Parque España en Rosario, provincia de Santa Fe.

Las cajas de Cusenza están hechas de vidrios superpuestos, ornamentadas con motivos geométricos que el artista realiza pegando en cada lámina vinilo autoadhesivo. Un foco de luz resalta la obra, que surge como una epifanía en medio de la más absoluta oscuridad. Usando la tradición del arte óptico y cinético latinoamericano, el artista toma elementos del venezolano Jesús Soto hasta los móviles de los argentinos Martha Boto y Gregorio Vardánega.

Cusenza pinta con la luz, gradúa los matices con las intensidades de los focos, y acentúa la trama colocando vidrios esmerilados, y antireflex, que le otorgan a la imagen una opacidad misteriosa. Naranja, negro, amarillo y blanco son los colores elegidos para esta serie. Atrás quedó un período más ligado al pop, con colores estridentes y contrastantes como verde, rosa, y amarillo.

En sus primeros trabajos, el artista rozaba el límite del diseño, con unas cajas que se sostenían sobre patas cromadas, como armarios absurdos para una decoración minimalista. El paradigma racionalista con la consigna de Adolf Loos (el ornamento es un crimen) y los postulados de la Escuela Bauhaus (la belleza de la función), parecían contradecir estas obras que en su apariencia imitaban, de algún modo, ese optimismo del movimiento moderno, pero contradiciendo sus pilares fundacionales con estos objetos “inútiles”. Colores primarios y cuentas facetadas aparecían en estas obras- muebles. En una segunda instancia, Cusenza optó por armar estanterías de madera, en forma de cuadrícula, como un Boogie Woogie de Mondrian tridimensional, en el que los colores eran suplantados por la calidez de cubos de paño lenci o de raso. El impulso lúdico de meter la mano y acariciar esas superficies de placer, se veía impedido por el vidrio del frente que imposibilitaba todo tipo de juego.

En los Episodios que ahora presenta en esta muestra, el juego se expande a la ensoñación que producen estas obras que necesitan un tiempo en la mirada, que juntan el placer extremo del goce con la complacencia que anula toda posibilidad de sufrimiento. Y entonces la reflexión proviene en una segunda instancia, ese pensamiento razonado que abarca al deleite y nos permite preguntarnos qué sentido tienen en el mundo de hoy estas obras de Cusenza.

Dicen que cuando la realidad externa se desorganiza, surge la necesidad personal de ordenar el mundo privado. Pasó en el período de entreguerras del siglo pasado, ese “retorno al orden” de los vanguardistas cuando se propusieron ordenar su mundo bajo las formas del realismo.

Año 2003, siglo XXI. La realidad se infiltra y golpea duro. Guerras y matanzas y un horror que ya no es solamente argentino.

Marcelo Cusenza nos ofrece con estas obras abandonarnos aunque sea por un instante en un ámbito de paz y de quietud. Si la política y la religión ya no nos sirven para encontrar respuestas, entonces el artista se inclina por esta modalidad del arte, la opción de generar mundos como posibilidad liberadora de recuperar el sentido.

POR LAURA BATKIS