Momentos de Luis Fernando Benedit

AP Americana de Publicaciones. Buenos Aires, 1993

“Mis intereses de los últimos años se centran en la reflexión de una identidad cultural que pueda traducir para mis compatriotas. Escarbo insistentemente hacia atrás buscando modelos datos – ciertos o ambiguos- de nuestro pasado inmediato, que son significativos porque son los que tenemos. Quiero rescatar algo que quedó tapado por el olvido”.

Con estas palabras de Luis Fernando Benedit, puede definirse la temática principal de toda su obra, centrada en la recuperación de la historia nacional y en el cuestionamiento permanente sobre la validez de la cultura autóctona.

Luis F. Benedit nace en Buenos Aires el 12 de julio de 1937. Es el menor de cuatro hermanos: María Juliana, ceramista en su juventud; Genoveva, esposa del escritor Enrique Molina; y el abogado Juan Beltrán, especialista en platería criolla y virreinal. Es descendiente de españoles por parte de su madre, Mariquita Iribarren, y de vasco franceses por el lado de su padre Beltrán Benedit, un abogado con una fecunda trayectoria  en la carrera política. Tempranamente fue desarrollando su amor por el arte. “De chico- recuerda el artista-, era el que mejor dibujaba en la escuela. Me gustaba copiar de los libros de cuentos que me leía mi madre, especialmente de Napoleón, que es un personaje que aún hoy me resulta fascinante. Pienso que también mi tía Cecilia Benedit fue una persona importante en relación con mi posterior actividad  profesional. Era pintora, mecenas de artistas y fundadora  de la Asociación Amigos de la Música, que agrupaba a los compositores jóvenes argentinos. Alguien curioso para su época, y mucho más para una mujer. Ella fue quien trajo a Antonio Berni a ver mi primera exposición individual”. El campo fue, y sigue siendo, su otra pasión. Durante las temporadas que pasaba en el campo de su padre, primero en Suipacha, en la provincia de Buenos Aires, y después en Entre Ríos, llevaba sus cuadernos donde dibujaba, como bocetos espontáneos, las actividades rurales. Cuando ingresa en la facultad de arquitectura conoce a Nicolás García Uriburu, quien lo estimula a profesionalizarse como pintor y exhibir sus pinturas. En 1961 realiza su primera exposición individual en Lirolay, la Galería de arte dirigida por Germaine Derbecq, la mujer del escultor Pablo Curatella Manes, que apoyaba y promovía a los artistas jóvenes. El crítico de arte Rafael Squirru escribe el prólogo del catálogo. En dicha ocasión presenta cuadros pintados con óleo, muy texturados mediante la superposición de gruesas capas de pintura. Había retratos de personajes históricos como Urquiza y Quiroga y otro grupo de obras tomadas de unos muñecos artesanales que Benedit había traído de un viaje que hiciera al Perú junto con García Uriburu. En ese viaje se afirma su interés  por los temas populares, que persistirá hasta hoy. Es un pintor autodidacta, que fue incrementando su oficio a través de la copia de los grandes maestros. La arquitectura es una actividad que fue desarrollando paralelamente a la pintura, y la única disciplina que Benedit aprende de manera sistemática.

Siendo estudiante, ingresa a trabajar en el estudio de arquitectura de Acevedo -Becú- Moreno, y posteriormente en el de Alberto Prebisch, su futuro suegro. Sin duda Prebisch fue una persona importante en la vida del artista. Era el arquitecto racionalista más prestigioso de la Argentina, crítico de arte y amigo de los intelectuales de vanguardia nucleados alrededor de la revista Martín Fierro. Entre sus obras cabe destacar el Obelisco de la ciudad de Buenos Aires, el cine Gran Rex y varias casas para Victoria Ocampo. En 1963 Benedit se gradúa de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires. Se casa con Mónica Prebisch y se van a vivir a Madrid, donde se especializa en arquitectura popular. Al año siguiente nace su primera hija, Juana. Firma un contrato  con un coleccionista suizo que le compra toda su obra; es entonces cuando se afianza más seriamente la idea de dedicarse a la pintura, sin dejar de lado su profesión de arquitecto.

“Mi trabajo como arquitecto se integra al de pintor – comenta el artista -, no físicamente porque no se puede reconocer la mano del arquitecto en las pinturas y viceversa. Pero se une en la manera de pensar. La arquitectura proporciona disciplina. Como hay que tener en cuenta una diversidad de factores, uno se acostumbra a considerar las variantes, a tener parámetros, límites y, fundamentalmente, a imaginar en el espacio lo que se está proyectando. Sé exactamente lo que voy a pintar, sé cómo va a ser el producto final. Puede no salir igual a lo que imagino, pero en ese caso es por un problema técnico y no de imaginación. No hago los pasos previos, o sea, un bosquejo, después un bosquejo más adelantado y después el final. Hago dibujitos muy chicos y después pinto directamente. Creo que para eso me ayudó la arquitectura, para suprimir los pasos previos”.

En esta etapa Benedit usa esmaltes industriales de colores brillantes. La síntesis y la condición plana de sus pinturas, semejantes a la técnica usada en los carteles publicitarios, lo vinculan con el pop-art. Se trata de una figuración narrativa, surgida a partir de temas argumentales  determinados que se desarrollan a lo largo de series. Usa un lenguaje derivado de los “comics” y de la gráfica infantil. Ya se perciben algunos rasgos distintivos que serán persistentes en su obra posterior, como las alusiones al campo argentino, el humor y la ironía.

Tras un breve paso por Buenos Aires, donde nace Pedro, su segundo hijo, regresa a Europa en 1967.

Becado por el gobierno Italiano, estudia paisajística en Roma con el maestro Francesco Fariello. Es entonces cuando amplía su atención  hacia el campo de la biología y la botánica. Investiga la posibilidad de introducir animales vivos dentro de sus obras, realizando experiencias artísticas de base científica. En 1968 se instala definitivamente en Buenos Aires.

Construye su primer hábitat animal: Tuttovetro y los pescados, con recipientes de vidrio conteniendo agua y pescados vivos, que exhibe en la exposición Materiales, Nuevas Técnicas, Nuevas Expresiones, desplegada en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ese mismo año da a conocer sus Microzoos en la Galería Rubbers, trabajando con hormigas, lagartijas, peces, tortugas, vegetales y un panal de abejas en plena actividad. Inicia, así, una obra novedosa y personal, que evidencia las relaciones  contradictorias entre la naturaleza y la cultura, entre lo orgánico y lo artificial.

Fabrica numerosos hábitats artificiales que muestran estructuras de comportamiento animal y vegetal: laberintos para ratas, hormigas, cucarachas, peces y cultivos hidropónicos. Todas estas obras que Benedit ejecuta durante la década del setenta son manifestaciones de arte conceptual. El conceptualismo pone el acento en la idea  y en el proyecto de origen de la obra, apartándose así de la materialidad física del trabajo final para remontarse al proceso en el que se forma. Esta manera de trabajar exige en el artista que use metodologías interdisciplinarias aplicadas en las ramas de la ciencia, la sociología y la semiótica.

En el caso de Benedit, son experiencias biológicas y fisioquímicas ligadas al ecologismo, donde la característica fundamental es evidenciar el cambio producido por los procesos naturales dentro de la propia obra.

Conceptualismo ecológico y arte procesual son dos categorías con las que puede definirse la producción de Benedit en este período. “Los hábitat que he diseñado- declara el artista-, son espacios físicos aptos para ser habitados y recorridos por sus protagonistas y observados por nosotros. Son objetos eminentemente didácticos donde la evidencia principal es cierto tipo de comportamiento, individual o colectivo, al que no tenemos acceso normalmente como consecuencia de nuestra civilización urbana. Se propone como simples contenedores de vida animal para interesarnos por el fascinante proceso vegetativo que aquí se desarrolla, o como espacios operativos en el caso de laberintos para cucarachas, ratas y hormigas. A través de la solución de los laberintos por los animales, nos es posible observar todo un proceso de aprendizaje, graduar la complejidad del mismo al cambiar los recorridos, y sacar nuestras propias conclusiones de este enfrentamiento natural / artificial”.

1970 es un año fundamental en la carrera de Benedit. Se avecina el XXXV Bienal Internacional de Venecia, que estaba dedicada al tema Arte y Ciencia. La Bienal es uno de los eventos culturales más importantes del mundo, donde se exhiben las tendencias de mayor avanzada del arte contemporáneo. A través de la Cancillería Argentina, un jurado compuesto por los críticos de arte Jorge López Anaya, Fermín Fèvre y Carlos Claiman, designa a Luis F. Benedit para representar al país en dicho acontecimiento.

En su nueva casa – taller de San Telmo, ubicada en la calle Ingeniero Huergo, frente a Puerto Madero, con la presencia de su recientemente nacida hija Rosa, piensa, idea y ejecuta el Biotrón, una inmensa jaula de vuelo para abejas. Esta obra, de la que hoy quedan los dibujos de los proyectos, fue el primer producto de un trabajo en equipo compuesto por Benedit con  la colaboración de Antonio Battro, un científico que trabajaba en inteligencia artificial en el Centro de Investigación del Conicet, el etólogo José Nuñez y el crítico de arte Jorge Glusberg, que brindó el apoyo económico necesario para la construcción  de la obra que iría a Venecia. El Biotrón era una estructura de acrílico transparente, con perfiles de aluminio desarmables, de tres metros de alto por cinco metros de ancho. En su interior, una pradera artificial con veinticuatro flores automáticas constituía una oferta artificial de alimentos que suministraba una solución azucarada mediante un flujo controlado electrónicamente. Un extremo de la jaula estaba conectado al exterior, y era la opción de oferta natural. En el otro extremo, se alzaba una colmena original conteniendo 4000 abejas vivas, ubicadas en un hábitat transparente que permitía observar la vida social de las abejas. Esta experiencia, documentada fotográficamente por Pedro Roth, es un hito principal que va a ubicar a Benedit como un artista respetado en el ámbito internacional. Si bien este tipo de obras están sustentadas científicamente, deben ser consideradas bajo una perspectiva artística. Así lo entiende el artista: “He hecho experiencias pero no me considero un experimentador, por lo menos no a ultranza. Todo lo que hago se inserta en el campo del arte, está filtrado por una estética y puede ser juzgado sin ninguna ideología. Cualquier observador desprevenido lo puede ver con parámetros estrictamente plásticos”.

Desde 1971 integra junto con otros artistas conceptuales argentinos, el Grupo de los 13 (hoy Grupo Cayc), fundado por Jorge Glusberg. Con este Grupo hacen gran cantidad de exposiciones en el exterior del país y obtienen el Gran Premio por la obra colectiva presentada en la XIV Bienal Internacional de San Pablo de 1977.

En 1972 Luis F. Benedit es el primer artista argentino invitado a realizar una exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Presenta un Laberinto para ratas y su célebre Fitotrón – hoy destruido-, era un sistema hidropónico (cultivo sin tierra) construido con una estructura de aluminio y acrílico transparente de tres metros de alto por cinco metros de ancho. En su interior había plantas vivas (repollo japonés o pimientos), lámparas mezcladoras de 150 W, droga fertilizante y Perlitt (roca volcánica). De este modo, la obra era una especie de laboratorio que ofrecía a las plantas, artificialmente, las mismas condiciones ambientales brindadas por la naturaleza. Las experiencias como Biotrón o el Fitotrón tenían como objetivo poner al espectador ante un sistema natural de organismos vivos, que se desarrollaba y modificaba, permitiendo la apreciación directa de los fenómenos del crecimiento, mutación y reproducción a lo largo de un período de tiempo. “Creo que mis obras tienen lecturas diferentes y a distintos niveles. No me interesan científicamente sino como divulgación de una fenomenología social del comportamiento animal al que tiene acceso el observador más rudimentario. Todos los hombres somos miembros del conjunto de la naturaleza. De ahí que también sean válidas para nosotros las leyes ecológicas. Vamos a vivir en un mundo apretado y debemos aprender a pensar en totalidades. Creo pues que es lícito como artista, interesarme en el diseño y solución de nuevos nichos ecológicos, en la predisposición de equilibrios artificiales de reemplazo, en tratar de aproximar al hombre común al mundo en que vive y no conoce”. 

Paralelamente a este tipo de experiencias artísticas de base científica, Benedit realiza acuarelas sobre papel, que incluyen descripciones lingüísticas y la representación en escala de sus dibujos: animales, insectos, carretas, ranchos y jagüeles. La importancia otorgada al dibujo en tanto el diseño proyectual y la idea de representación en escala proviene, sin duda, de la disciplina arquitectónica.

En 1974 conoce a la marchand argentina Ruth Benzacar, quien se acababa de mudar de su casa-galería en la calle Valle, en Caballito, a un departamento antiguo en Talcahuano y Arenales. La galerista hoy recuerda que había consultado a numerosos arquitectos, quienes le proponían “modernizar” el ambiente y refaccionarlo íntegramente. Entonces un amigo en común, Pedro Roth, le presenta al arquitecto Benedit quien, por el contrario, le propone conservar la estructura francesa original, dejar al descubierto las molduras y hacer un trabajo de reconstrucción. Además de ocuparse de remodelar su nueva Galería – tal como lo hará nueve años después con el local de Florida-, Benedit se vincula profesionalmente con Ruth Benzacar e inicia una estrecha amistad que perdura hasta el presente. En 1978 muestra la primera exposición individual en su Galería, exhibiendo obras relacionadas con la temática del campo. Se centra en los elementos y las herramientas que produjeron cambios en la estructura societaria del campo argentino, provocando el pasaje de una etapa pastoril y acultural a una etapa agrícola y cultural. Caja de alambrado, Tijera de castrar, Inseminación artificial y Caja de maíz son algunos de los objetos que completaba aquella exposición. “El campo es parte de mis afectos. Lo vi mucho de chico, me apasionaba y me parecía que era lo único por lo que valía la pena vivir y trabajar. Sin embargo, intento de apartarme de una visión folklórica o nostálgica del  pasado, y trato de que el rescate que yo hago sea lo más aséptico posible, como si fueran objetos de estudio donde mis sentimientos están pudorosamente puestos.”

Con Ediciones Ruth Benzacar, Benedit produce sus dos libros: Introducción a Benedit, con texto de Carlos Espartaco (1978) y Memorias Australes, escrito por Jorge Glusberg y Enrique Molina, y publicado por Phillippe Daverio en Milán (1990).

En 1977 nace Julián, su último hijo. Instalado en su taller en La Boca, ubicado en la calle Pedro de Mendoza frente a la vuelta de Badaracco, el artista realiza un conjunto de obras hechas a partir de los dibujos de su pequeño hijo Tomás, de entonces cinco años. Son trabajos compuestos en tres partes: el dibujo original del niño, motivo de inspiración esencial y punto de partida de todo el proceso; la acuarela del padre donde aparece un corte, una perspectiva y una elevación del dibujo; y la etapa final, que culmina con el armado del objeto, que adquiere las características de un juguete infantil, tal como Snoopy, King Kong y otros. 

En la década del ochenta, su discurso se centra en la reflexión acerca de la identidad cultural, la problemática regional y el rescate de la memoria histórica. Tras compartir durante dos años el taller en la calle Hornos en Constitución con el artista Vicente Marotta, se muda al atelier de la calle Uruguay en pleno Barrio Norte, donde permanecerá diez años. Pasa largas temporadas en su casa de madera de Colonia del Sacramento, en la playa uruguaya de Ferrando, frente al Río de la Plata.

Sus pinturas se cubren de duelos, hachas y cuchillos que ahora se manifiestan reinsertados como símbolos que aluden a la tradición criolla y a las actividades del gaucho y de la vida campesina. Desde el punto de vista técnico, su obra se caracteriza por el facetamiento de las imágenes, con ciertos rasgos picassianos en la desarticulación de las figuras. La cualidad dibujística de sus pinturas y acuarelas surge por el predominio de la línea, que define los contornos de sus diseños.

Con  la intención de recuperar vestigios de nuestro pasado cultural, Benedit ejecuta- entre 1986 y 1988-, una gran cantidad de obras que incluyen acuarelas, dibujos y objetos, sobre El viaje de Beagle. En una epopeya pictórica sobre el relevamiento de la flora y fauna de la Patagonia, que realizara Charles Darwin entre 1831 y 1836, a bordo de la nave inglesa Beagle, comandada por el capitán Fitz Roy. Con Paso de Soldado, la primera acuarela de esta serie, Benedit obtiene el Primer Premio del Salón Nacional en 1987. En aquella ocasión el artista decía: “Ahora estoy con Darwin, después no sé qué haré. Es como si, pensando qué somos, hubiera ido cada vez más atrás. Creo que es una pregunta permanente de los argentinos, al menos de los que no están conformes. Darwin me interesa porque es la primera descripción científica y realista del país. Un viajero que era un naturalista, que hacía un relevamiento que no podía hacer ningún criollo. Me interesa la asepsia, la distancia con que nos describe. Para el trabajo tomé el libro de Darwin La vuelta al mundo de un naturalista, su diario personal, artículos, fotos viejas y grabados de la época. Me impresionó su descripción, enternecedora en un europeo, de la geografía, en especial de la Patagonia, que siempre lo obsesionó y fue una de las imágenes que siempre tenía en la memoria.”

En los últimos años Benedit ha tomado como punto de partida la obra del pintor argentino Florencio Molina Campos, realizando reinterpretaciones de sus trabajos. Desde hace treinta años que se interesa por este artista, que fuera contratado por la empresa Alpargatas para ilustrar sus almanaques. En 1989 Benedit organizó una gran muestra de Molina Campos en el Museo Nacional de Bellas Artes y participó de la coordinación editorial de su libro. Es de notar que, en su proceso creativo, Benedit siempre parte de un dato objetivo de la realidad – el comportamiento animal, los dibujos de su hijo Tomás, Darwin, Molina Campos- para luego mediante una metodología analítica, elaborar una reinterpretación personal y creativa de ese dato inicial. Esta manera de trabajar la explica el artista de este modo: “Repetir es una dialéctica que establezco con alguien a quien considero maestro en su género. Es como un acto alquímico donde, a través de una serie, hago una depuración. Empecé a reinterpretar la obra de Molina Campos tratando de hacer sus mismos gestos, en un recorrido paralelo. Recién entonces penetré en la estructura íntima de su obra. Creo que Molina Campos encontró, espontáneamente, un modo argentino de describir al mundo, introduciendo una imagen nueva y absolutamente original en la iconografía del campo argentino.”

Actualmente la obra de Benedit vuelve a estar en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, esta vez formando parte de la exposición Artista Latinoamericanos del Siglo XX. El artista hoy alterna sus días entre su nuevo taller de la calle México, frente a Puerto Madero y “La Carnicería”, su casa de campo en Santa Coloma, cerca de San Antonio de Areco. La familia Benedit se ha agrandado con la presencia de su nieta Olivia, hija de Juana y el escritor Alejandro Manara. En su más reciente producción, revela sus indagaciones sobre la transculturación y el mestizaje cultural. Con la mirada puesta en el Sur, rescata las historias de Ceferino Namuncurá, del Reverendo inglés Thomas Bridges – evangelizador de los indios de Tierra del Fuego-, y de otros personajes que conformaron la fisionomía de este país, el más austral del mundo. Pero más allá de cualquier referencia argumental en sus obras, Benedit, al igual que Borges, es un artista que trasciende lo regional para inscribirse en el lenguaje universal del arte, cuyo mérito reside en ser absolutamente contemporáneo con su tiempo y circunstancia. Su compromiso con el arte es vivencial, tal como él mismo intenta precisar: “Creo que la pintura es un sino, lo que a uno le toca en la vida. No estoy seguro si toda esta reflexión sobre nuestro origen es una búsqueda desesperada de identidad cultural o una simple excusa para ejercer el inefable placer de pintar todos los días.”

POR LAURA BATKIS