Norberto Gómez

Galería Daniel Maman (Buenos Aires). Junio 2003 N° 194.

La apertura de la galería Daniel Maman el año pasado definió un nuevo enclave en la exclusiva zona de Barrio Parque, a pocas cuadras del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). Se perfila, de este modo, otro circuito cultural en la capital de Argentina, en el barrio de Palermo, que acompaña con otra propuesta a los espacios alternativos y emergentes del llamado “Soho porteño”.
Desde la avenida del Libertador, una de las principales vías de circulación de la ciudad, se divisa la puerta vidriada de la galería, que deja ver con sus intensos focos de luz las obras exhibidas. Dedicado desde hace varios años a la actividad comercial del arte, el marchand que dirige esta galería se posicionó en muy poco tiempo como la competencia más dura en el plano de las galerías de Buenos Aires, con un plantel que incluye a Luis F. Benedit, Nicolás Uriburu y Pablo Suárez, entre otros. El local, de 700 m2, incluye una sala principal de exposición, otra más pequeña en el piso superior, un patio de esculturas, trastienda y oficinas. Cada muestra se presenta con un cuidadoso libro-catálogo producido especialmente para la exposición vigente, con la coordinación editorial de Patricia Pacino. En este caso, la publicación está acompañada por textos de la poeta peruana Blanca Varela, extraídos de su libro Ejercicios Materiales, título bajo el cual se presenta esta muestra de Norberto Gómez.
La exposición abarca un recorte histórico preciso, que es la producción realizada por el artista entre los años 1978 y 1983. Norberto Gómez (1941) es hoy en la Argentina uno de los escultores más talentosos de su generación. Adquirió un notable oficio en su entorno familiar, con las enseñanzas de su padre ebanista y su tío luthier, ambos inmigrantes españoles. Después de un fugaz paso por las escuelas de Bellas Artes, viajó a París en 1965, donde fue asistente de Julio Le Parc, colaborando con el artista en la realización de sus esculturas cinéticas. En esta primera etapa la obra de Gómez está ligada al minimalismo. Realiza estructuras primarias, sobre la base de un conceptualismo cálido, con cuerpos geométricos que se ablandan como si se derritieran. Al año siguiente, en 1977, comienza a emplear la resina poliéster para embarcarse en un viaje artístico que durará siete años, y que es parte de esta muestra que hoy vuelve a presentar de manera casi completa. Son esculturas modeladas, con un tono expresionista y de una crudeza desgarradora en el modo de emplear estas formas biomórficas con el color carne de la resina poliéster pigmentada.
Hay cuerpos descarnados, en una saga de violencia que toma un dramático repertorio de vísceras, intestinos, tendones, huesos y cartílagos. El montaje, con la luz dirigida directamente sobre las obras, dejando el resto del espacio casi a oscuras, acentúa el tono dramático de toda la muestra, en cuyo asesoramiento curatorial participó Martha Nanni. En un teatro del horror, como en las fiestas barrocas de osarios y cultos a la muerte, se suceden sus patas, carcasas, los NN, una parrilla con un quemado, el colgado, órganos, brazos, torsos y un sarcófago (su Nave) donde yace un esqueleto en un acto que parece la liturgia de una misa orgiástica de cuerpo presente. Estas obras fueron en su momento la denuncia más atroz de los crímenes cometidos durante la dictadura militar en la Argentina. Las alusiones son directas. Se refieren a las torturas con la picana en las camas elásticas de metal (parrillas) y a los 30.000 desaparecidos (NN), que marcaron el período más cruento de la historia nacional.
Al entrar en la sala, se sienten los gritos, se pueden imaginar los chupaderos (centros clandestinos de detención), los chirridos metálicos y el aroma ácido de la mezcla de sangre con electricidad y carne chamuscada. El contenido político de la muestra está sujeto, sin embargo, a una poética sacra, cercana al misticismo religioso, con la idea de padecimiento y dolor del Vía Crucis cristiano.
Estas obras fueron presentadas aisladamente en la galería Ruth Benzacar en 1977. Benzacar las llevó a la Feria ARCO, en Madrid, en 1991. La serie aparecería en su totalidad en la muestra que el artista realizara en 1978 en la galería Arte Nuevo y, muy posteriormente, en la retrospectiva realizada en el Museo de Arte Moderno, en 1995.
La obra posterior de Gómez continuó con sus armas medievales de cartón pintado. En los años noventa, Gómez se abocó al modelado de esculturas en yeso y, posteriormente, en bronce, con una imaginería fantástica de figuras humanas desorbitadas y animales de rapiña, tomando elementos de la decoración arquitectónica barroca y las gárgolas medievales.
Esta muestra recuperada de Norberto Gómez funciona como un memento mori, un memorandum histórico que los argentinos debemos tener en cuenta. Sin embargo, y más allá de la coyuntura histórica precisa, estos trabajos actualizan su sentido con la violencia descarnada de la guerra y de este principio de siglo atormentado. Como un recordatorio para poder iniciar comprometidamente un nuevo ciclo histórico que ahora comienza en la Argentina tras las elecciones presidenciales.
Una oportunidad para no olvidar que la historia de la Pasión argentina es, desde los orígenes, una lucha fratricida que, pareciera, nunca acaba.

POR LAURA BATKIS