Pedro Lacomuzzi

Sonoridad Amarilla (Buenos Aires) – Abril 2003.

Existe hoy un recambio en el panorama artístico en Buenos Aires. Finalizó una década, terminaron los dorados años ’90 y el nuevo siglo comenzó con la rápida aparición de una nueva generación de artistas, nacidos a mediados de los setenta. También las nuevas galerías de arte tienen un perfil muy distinto. Los directores apenas superan los treinta años, y como también son artistas, la relación con el espectador es más directa. Ellos mismos atienden al público en espacios más íntimos como el living de una casa. Tal es el caso de Sonoridad Amarilla, un espacio de arte creado por los fotógrafos Livia Basimiani y Francisco Javier Ríos en el barrio de Palermo, donde el incienso y las imágenes de Buda dan el toque perfecto para crear un clima de placidez, evitando el vértigo de este mundo convulsionado por la amenaza de la guerra.

En este “habitat ilusorio” (así es como se presenta este espacio), puede verse la muestra del artista rosarino Pedro Iacomuzzi (1975).

La intimidad del reducto de Sonoridad, es acompañada por la soledad de los cuadros de Iacomuzzi. El artista hunde sus raíces en la tradición iconográfica de la toilette, que fue usada en la historia del arte desde las escenas bíblicas de Susana y los viejos en el Barroco hasta las bañistas de Degas y Renoir. ¿Qué hacen las mujeres cuando se meten en el baño?. ¿Cuál es el ritual cotidiano de las hembras que las confronta casi obsesivamente con la vanitas de su propio deseo? La curiosidad de Iacomuzzi lo llevó a registrar fotográficamente escena de baños de damas, en una investigación rigurosa producida en bares, pubs, discotecas y salas de teatro, entre la 0 hora y las 6 de la madrugada, durante julio y noviembre de 2002 en la ciudad de Rosario. Al principio él mismo sacaba las fotos, pero para lograr un mayor distanciamiento optó luego por darle la cámara a Cristela Riccardi, usando su ojo para reiterar esa misma imagen en sus telas. A partir de la fotografía color tomada con una cámara Pocket, comienza el proceso de

construcción de la obra como parte de su serie “Una de las treinta imágenes fotográficas”. Aquí es donde se intuye la discilpina arquitectónica en su formación. Cuidadosamente, Iacomuzzi dibuja una cuadrícula sobre la fotografía que luego pasa a escala mediante coordenadas sobre el lienzo. Una técnica mural del Renacimiento para armar una escena contemporánea. En la selección de las fotografías a reproducir, el artista toma aquellas en las que el encuadre coloca a la figura al margen del campo visual. Un lavabo en primer plano deja ver al costado a una mujer sentada sobre la bañera con la cabeza apoyada entre las manos. En otra trabajo, el punto de vista toma desde arriba a una mujer sentada sobre un bidé. Los azulejos rosados del fondo recalcan la belleza de su cuerpo desnudo, encorvado, con la expresión ensimismada de esos momentos en los que la gente se recluye en los lugares más privados para tomar decisiones de la vida diaria. Los cuerpos están recortados, tomados como si la cámara se desplazara en el trailer de un set cinematográfico. En algunos cuadros el baño aparece despojado de figuras humanas, y los objetos adquieren un rara intensidad , casi perversa, como la bolsa de residuos negra que sobresale del cesto de basura, donde uno imagina ese sitio poblado de toallas higiénicas femeninas y pañuelos de papel mojados por el sudor nocturno. La seducción de las figuras de sus mujeres en contraste con la dura geometría de los azulejos confiere a la imagen un clima de extrañamiento y alteridad. Esta modalidad se enfatiza por la luz del flash que encandila la escena. La captura de la imagen con el rebote de la luz artificial anula las sombras arrojadas, creando de este modo la ficción de un espacio pictórico plano y enrarecido. La crudeza de las figuras, detalladamente pintadas al óleo con los pliegues de la ropa y las texturas de la pared, ligan a estas obras con la tradición norteamericana del hiperrealismo y la Nueva Imagen de Eric Fischl.

La imagen congelada anula por completo la espontaneidad de las fotos originales. Como un Impresionismo fotográfico, el artista vuelve a tomar la idea de registrar la vida cotidiana del movimiento moderno, pero en vez de tomar el documento directo, la realidad está mediatizada por la visión mecánica de la lente.

Lacomuzzi coloca al espectador en una situación voyeurista que tiene la atmósfera de los films de Wim Wenders, como en las cabinas vidriadas de “París- Texas”, separadas del cliente por un paño de vidrio. Y nos deja entrar en ese mundo de la noche urbana, espiando entre bambalinas las poses y los cuerpos abatidos de las estas mujeres que necesitan algo más que una copa de ajenjo para ocultar el dolor insondable de la soledad urbana.

POR LAURA BATKIS