Sergio De Loof – La hora de Miramar

Buenos Aires, Mayo 2010 . Nº 74.

Ícono de los noventas. Laura Batkis lo entrevistó en su última muestra en Miaumiau, antes de internarse en una rehabilitación que lo obliga a retirarse por un tiempo y hacer silencio.

Fue el mentor de El Dorado, la discoteca que albergó a todos los que salían del closet en aquellos años en que se vivía un aire de renovada libertad. También creó Morocco, Caniche y Ave Porco, hasta que el Sida irrumpió de pronto y terminó la fiesta. En el rubro gastronómico armó El Diamante y Pipi Cucu. Y fue parte de la editorial de la revista Wipe. Es un artista global, que va de la pintura a la fotografía pasando por la moda, la decoración y la ambientación de locales. 

Laura Batkis: Contame qué es Miramar, la muestra. 

Sergio De Loof:  Yo voy a Miramar desde que nací. Es elegante, pero desde hace unos años no tiene buena prensa, lo tiene Pinamar con P, Cariló. Miramar sufrió un bajón de prensa pero creo que fue y es una ciudad muy elegante. Tiene todo lo que le va sucediendo a las ciudades que son los plotters… ¿viste que plotean todos los carteles? No los dejan en chapa, los cambian por el plotter. Ahora en los pueblos plotean todo, no hay gente dirigiendo las estéticas de las ciudades con criterio de preservación.

¿Qué relación personal tenés con ese lugar? 

Miramar es una ciudad que fue mi niñez y fue muy elegante. Fue muy años cincuenta. Yo era adolescente, andaba en bicicleta, iba a fiestas privadas que no te dejaban entrar si no eras cheto y ser amigo de no se qué familia.

La vida de un adolescente. Había una fuente de soda que se llamaba Mickey donde se vendía milk shake que ahora está convertida en lo mismo, pero sin fuente de soda. Era una vida, yo tenía una vida. Para mi lo mejor de mi familia son los años pasados. Yo nací en el 62, mis padres eran muy refinados ya desde antes de que yo naciera. Mamá tenía perlas originales. Éramos clase media bien y ahora somos clase media baja. Y todo eso no sé a cuánta gente le pasó o por qué les pasó, si se vinieron abajo por depresión o fue el país o fueron los gobiernos. Nosotros teníamos un chalet divino en Remedios de Escalada, nuestra casa en Miramar y mi casa de Banfield donde yo jugaba al tenis. Ahora terminamos en un barrio mucho más pobre, en Hudson Berazategui.  Éramos una familia elegante y bien. Mi papá es químico industrial, mi madre es ama de casa, nunca necesitó trabajar, con la plata de mi padre estaba todo bien. Mi mamá se llama Blanca Nieves, y escribió el prólogo de esta muestra. Mis hermanos son universitarios. Insisto, estaba todo bien, no entiendo este bajón de clase, este cambio de clase que nos sucedió. Estamos viviendo con los pobres cuando no éramos tan pobres. 

Hay algo de nostalgia en esta muestra, esa historia familiar de tu adolescencia donde vivías bien

Si totalmente. Nuestra casa de Miramar sigue estando, no la vendimos. Es lo último que queda del esplendor de mi familia, de la época buena de mi familia, de los cincuenta y sesenta. 

Fue una época en la que fui feliz, no tenía complejos, no me comparaba con nadie, estaba todo bien. 

Y dejaste de ser feliz en un momento… 

Si, muchísimo. 

¿Tenés registro de cuándo pasó eso? 

Mirá, yo me acuerdo de una anécdota, de una amiga judía que tenía un equipo de sonido que yo en mi casa no tenía, entonces fui a casa y le dije a mi madre, “mamá, hay gente más rica que nosotros”. Y me contestó: “Si hijo”. 

Eso pasó en la secundaria. Yo no sabía que la gente tenía más plata que otra. 

Dejé de ser feliz…a ver dejame pensar…del 91 al 95 tenía El Dorado, El Morocco, Caniche, Ave Porco… era muy feliz, tenía los mejores lugares de Buenos Aires. Todo era mío. Yo era… no se quién era, pero los había decorado yo. Eso se terminó cuando me diagnosticaron el HIV hace casi 14 años y tuve que empezar a ver cómo hacía con mi profesión y mi enfermedad. Cómo iba llevándola. 

Muchos artistas de los 90 empezaban con el diagnóstico del HIV: Kuropatwa, Feliciano Centurión, Omar Schirilo, Juan Calcarami, Liliana Maresca… y algunos marchands como Alejandro Furlong. 

Sí. Para mí se terminó la discoteca. Por más que existe Club 69 para mí es re-descerebrado, cambió el mundo con el HIV por más que existen fiestas. Fue una peste que no entiendo… Juan Calcarami que se murió, decía que alguien lo puso en nosotros para cagarnos la vida, como que nos pusieron un virus para que dejemos de ser felices. Eso cambió todo. Ahora una discoteca, ¿para qué?

Coger ahora es solamente con alguien muy seguro, es toda una paranoia, entonces. ¿Para qué poner una discoteca si la discoteca es para terminar cogiendo? Coger es tan peligroso que no vale la pena poner una discoteca. 

Después vinieron los restaurantes como El Diamante…

Estuve tan bien de números de Sida, de la cantidad de HIV en sangre, que me propusieron no tomar más remedios porque estaba espléndido, como si hubiese estado curado. Fue entonces que hice El Diamante y fue volver a la noche. Estuve seis años sin tomar medicación. Ahora estoy mal de salud, avanzó el HIV y lo que me pasa es que me cuesta volver a tomar la medicación porque me tengo que volver a retirar del ambiente. Los psicólogos no entienden que en este ambiente vos tenés que estar colocado. De una u otra manera. La autoestima no es algo que nazca con uno, necesitás una muleta. 

Ahora te sacan esa muleta. 

Claro, entonces me tengo que retirar, porque puede pasarme de no tener nada de qué conversar. Como Charly, que para mi, si tiene dinero se tendría que retirar del espectáculo porque es un gordo deprimente. No es Charly. 

Yo no quiero ser un Sergio De Loof gordo dando espectáculos. 

Esta sería una muestra antes del retiro. 

Sí, me voy a meter en rehabilitación. De alcohol y cocaína. A mi solo el alcohol me relaja el estómago, de lo contrario no tengo nunca apetito. 

Y como necesito dinero para la rehabilitación hice esta muestra, y con lo que se vendió se paga el primer mes. Es tan increíble todo, yo fui una persona muy de vanguardia, inventé tantas cosas, que ya para mí… es tan fácil para mí hacer obra… que a veces pienso que el arte es un curro, porque las cosas me salen así, fácil. Pero a la vez me pasa… este dolor y todo lo que me pasa. Estoy sufriendo. Sufro, porque me echaron de mi último restaurante que era dueño, me echaron los socios de Pipi Cucu, y también de la revista Wipe. 

¿Por qué te echaron? 

Porque soy una persona muy intensa. 

Pareciera que hoy se toma la intensidad como una enfermedad.  

Sí, y hay muchos celos. No soportan lo fácil que es para mí, me sale naturalmente. Porque para mi la vida y el arte es lo mismo gracias a Dios.

Dios me dio un don y los demás lo odian en vez de amarme, me celan. 

¿Te imaginás una vuelta después de este retiro? 

No se. Pienso que voy a volver a chupar porque me encanta, soy como Cacho Castaña, pucho y whisky. Por un tiempo me voy a cuidar para recuperar las defensas. No me imagino ser ayurvédico. No me imagino De Loof sin whisky y sin pucho. Todavía no. 

Hay una obra en esta muestra que es la documentación fotográfica de la destrucción de unos cuadros. ¿Por qué los quemaste? 

Con el dinero que me quedó de la Bienal de Porto Alegre, en noviembre me fui a Miramar.  Llevé óleos y bastidores para pintar cuadros para esta muestra. Me puse a pintar. Yo creo que hay épocas en las que uno tiene mala suerte, que Dios te pone cosas para hacerte caer. A mí me dicen que es porque tomo alcohol que me caigo, pero aparte Dios me pone una banana para caerme, y está queriendo que yo sufra para que yo aprenda algo. Te lo digo con total pureza mental. Me pasaron muchas cosas con los óleos estos, por ejemplo, ponía el óleo y se llenaba de mosquitos O llovía, me pasó de todo. Me equivoqué de material, quería pintar la sombrilla pero tenía que ser en acrílico. Fueron tres meses en los que me retiraba del cuarto donde estaban los cuadros porque no podía dormir. Yo sé cómo es el ambiente, lo que opinan, lo que está bien, lo que está mal… la mamarrachada. Y sabía que no estaba bien lo que estaba haciendo. Era un bajón, no podía encarar eso. No podía estar acá con orgullo y dignidad sabiendo que me había salido mal una muestra, había mosquitos y no sé manejar el óleo. Entonces decidí quemar todo. Llamé a Mariano de la galería Miaumiau y les dije que no a óleos porque eran horribles. Dije suspendemos la muestra o hago fotos. Entonces hice las fotos y están todas vendidas. 

También hay una instalación en la pared de la entrada de la galería, que es como una acumulación de cosas: revistas, cintas, de todo. Está vendida. ¿Cómo la cuelga el que la compra? 

Sí, la compró un chico divino, que parece que vino se copó y compró casi toda la muestra. Como siempre, voy y la armo en la casa del coleccionista, así que me pone contento porque voy a poder visitarlo en su casa. 

POR LAURA BATKIS